Hola mi usuario morboso, soy una mujer latina a la que le encanta dar placer, me pone tan cachonda que no puedo resistirme, cuando veo a alguien que disfruta de mi show frente a la cámara…me moja mucho. Siempre estoy dispuesta a pasar un buen rato, ya sea un sensual striptease o un ardiente show privado. Espero que mi cuerpo y mi carisma cumplan todas tus expectativas y me aseguraré de que termines nuestro tiempo juntos sintiéndote completamente satisfecho y con un final feliz. Entonces, únete a mí en mi habitación y exploremos juntos nuestros deseos más profundos.
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Final capítulo anterior: Volvieron a salir al local, esta vez con la mano de África en su trasero, afianzada. Gaia no dijo nada, pero miró alrededor por si veía a Ana por algún lado. África la guió de nuevo hacia la barra y cuando ella se sentó, Gaia se puso entre sus piernas. Las manos de África se colaron debajo del vestido de ella y Gaia se giró hacia los lados para ver si alguien las estaba mirando. Una de las manos le dio una fuerte palmada en el trasero y Gaia jadeó por el impacto. Roja de vergüenza, miró a los ojos a África. — Si te quiero meter mano, te meto mano, puta. ¿Entendido? — Dijo con suavidad antes de agacharse a lamer sus labios. — Eres mía ahora. El primer instinto que cualquier mujer puede tener a aquellas palabras es una gran bandera roja. ¿Por qué en cambio Gaia solo volvió a sentir cómo su coño se mojaba ante aquellas palabras? "Puta", "Eres mía ahora". Nunca había sido una chica a la que le gustase esa posesividad. La odiaba. Siempre que alguna de sus amigas había estado con un chico así le había instado a que lo dejasen. Y ahí se encontraba ahora, mojando bragas por aquella chica.
Gaia la miró a los ojos mientras veía cómo África se relamía el labio inferior y se agachaba sobre ella. Tomó su boca como si fuese suya y comenzó a devorarla. La pelirroja tardó unos segundos en devolver aquel beso. "De perdidos al río", pensó mientras lo devolvía. Dejó que la lengua de la contraria se metiese en su boca mientras llevaba las manos al cuello ajeno. África tomó posesión de su boca, mientras la recorría con la lengua. Sus manos sobaron su trasero, una y otra vez. Pequeños jadeos escapaban de la boca de Gaia e inconscientemente se pegó más a ella. África sonrió contra su boca y una de sus manos se volvió a colar entre sus piernas, acariciando por encima de las empapadas bragas de la pelirroja. — Vuelves a estar empapada, pequeña. ¿Por qué no te vienes conmigo y descubres lo bien que lo podemos pasar juntas? — El corazón de Gaia se aceleró al escuchar aquello. Cerró los ojos sobresaltada al notar un dedo invasor en su interior. Respiraba entrecortadamente mientras se agarraba a su cuello. — Venga, lo estás deseando. Gaia miró a su alrededor durante unos segundos en busca de Ana pero mientras lo hacía, asintió ligeramente. No se reconocía, se iba a casa de una que acababa de conocer después de haberse corrido en la pista de baile y haberle comido el coño en el baño. — Buena chica. — África se levantó para besarla una última vez y sacó el dedo de su interior. La cogió de la mano y la guió por la pista de baile. Pronto ambas estuvieron frente a Ana, que seguía con el chico de antes, bastante acaramelada. — Primita, me llevo a tu amiga. Ana se separó de la boca del chico y miró primero a una y luego a otra antes de dar un brinco, gritando. Se acercó a abrazar a Gaia, que con el brazo libro la rodeó los hombros. — A por ella, leona. Ya sabía yo que mi prima y tú podríais pegar muchísimo. — Se soltó y sin dejar que le respondiese se giró hacia África. — Trátala bien, ¿eh? Es mi mejor amiga. África solamente sonrió ante aquello y tras despedirse, tiró de Gaia hacia la salida. Anduvieron un rato hasta que llegaron al coche de la mayor. Su corazón iba a mil por hora. Se sentó en el copiloto agarrándose las manos temblorosas. — Quítate la ropa interior y dámela, anda. — Dijo África mientras arrancaba el coche. Gaia se quedó paralizada cuando escuchó aquella orden. — ¿No me has escuchado? No me hagas perder el tiempo, pequeña. Con manos temblorosas Gaia alzó el trasero para levantar el vestido y sacar el tanga rojo. Estaba empapado cuando lo sacó por sus piernas. Se lo pasó a África y vio cómo se lo guardaba en los bolsillos del pantalón mientras continuaba conduciendo. Llevó las manos a la espalda pero no le dio tiempo a reaccionar cuando la contraria le bajó el vestido hasta el vientre. — Quédate así, pero sin el sujetador, vamos. — Gaia tembló un poco pero sus manos inconscientemente fueron a la espalda, desenganchando el broche del sujetador. Sus pechos se quedaron al aire y enseguida sus pezones se endurecieron por el aire acondicionado. África tiró el sujetador a la parte de atrás del coche. — Esto no vamos a necesitarlo... No volvió a decir nada. Subió el volumen de la música y comenzó a tararear la melodía mientras daba golpecitos en el volante. Gaia no podía relajarse. Estaba estirada mientras notaba y veía sus pezones duros. Unos quince minutos después, aparcó. Gaia pudo ver que era un edificio de pisos. Cuando se fue a levantar el vestido África le agarró de la mano, deteniéndola. — No. Sal así. — Soltó su mano y salió del coche, esperando. Gaia se quedó quieta. Todavía podía ponerse el sujetador y colocarse el vestido y salir de ahí. Puede que se quedase sin tanga, pero no debía por qué soportar algo así. Eso pensaba hacer. Cogió la manilla para abrir la puerta, pero salió con los pechos al desnudo. África sonrió. Gaia temblaba ligeramente, su cuerpo la traicionaba una y otra vez. La mayor la agarró del trasero una vez más y la condujo hacia el interior de edificios. Gaia no paraba de mirar hacia los lados en caso de que alguien apareciese y la viese así. En el momento en el que entraron a su apartamento,
África le indicó con la cabeza que se sentase en el sillón. Gaia lo hizo, todavía sin ponerse la ropa como era debido. La mayor salió a los segundos de la cocina con dos cervezas que dejó en la mesilla. Se sentó a su lado y le indicó con la mano que se acercase. Acabó sentada en sus piernas, cara a cara. Las manos de África se posaron en sus pechos y comenzó a masajearlos. Pellizcaba los pezones, tiraba de ellos y luego apretaba los pechos. Gaia se mordió el labio inferior y echó la cabeza hacia atrás. El placer comenzó a arremolinarse entre sus piernas y movió las caderas durante unos segundos. África lo vio y pasó a ponerla solo sobre una pierna mientras seguía pellizcando sus pezones. — Venga, pequeña. Puedes conseguir ese placer que buscas. — Gaia la miró a los ojos, mientras jadeaba y comenzó a mover lentamente las caderas. Poco a poco sobre el muslo de la mayor. El primer roce hizo que un gemido escapase de sus labios. Continuó frotándose un poco más rápido. África tiraba de sus pezones cada vez más fuerte y unos instantes después bajó la boca a uno de los pechos. Se metió en ella el pezón y comenzó a lamerlo, mordisquearlo y tirar de él. Gaia gimió con fuerza y apoyando las manos en los hombros de África comenzó a frotarse con más rapidez. Estaba ardiendo. Era puro fuego. Los gemidos escapan de su boca sin control y mantenía los ojos cerrados porque si no, sabía que se le pondrían en blanco. No podía parar. Gaia no podía parar de frotarse contra aquel muslo, como si fuese un salvavidas para mantenerla atada a ese placer. La cordura en toda aquella locura que sentía en esos momentos. Estaba caminando demasiado cerca del borde del precipicio, y no sabía cómo había llegado a él. — Sigue, pequeña puta. Sigue sin parar. Ahora debes estar completamente confundida, ¿no? Quieres correrte, follándote mi muslo. Como una perra en celo. ¿Eso eres? ¿Eso eres y no lo sabías? — África la agarraba de las mejillas para que la mirase, pero en cada movimiento de caderas que Gaia hacía, sus ojos se ponían en blanco del placer. África la escupió y vio cómo la chica ni se inmutaba.
Estaba ensimismada en su placer y no la dijo nada, mientras volvía a comerse sus tetas. El orgasmo crecía en el interior de Gaia, poderoso. La mayor comenzó a soltar pequeñas bofetadas en sus pechos, rítmicamente. Alternaba del derecho al izquierdo y vio cómo comenzaban a ponerse algo rojos. Gaia aquellas bofetadas las recibió y las abrazó en su placer. Dolían, picaban, pero su coño se empapaba más. Quizás por eso no paraba de frotarse. Su respiración se aceleraba más y cada vez gemía más y más fuerte. África sabía que le quedaba poco para correrse. Es por eso que la apartó, empujándola suavemente contra el suelo. Gaia cayó de culo y respiró entrecortadamente mientras se daba cuenta de la situación. Su vestido estaba arrugado en el vientre, prácticamente desnuda. Alzó la mirada hacia África que sonreía encantada. Durante unos segundos bajó la mirada al muslo de la mayor. Brillaba por sus jugos. Gaia se sonrojó más, apartando la mirada. — Pensarás que por qué te he apartado... si quieres estar conmigo, Gaia, si quieres que te haga correrte como nunca, más de una vez, debes darme todo. Absolutamente todo. — Gaia parpadeó confusa.— Eres una sumisa, pequeña. Lo supe en cuanto te vi a lo lejos. — ¿Sumisa? — Murmura Gaia con voz ronca. África suelta una risita y le escupe en el rostro, una vez más. La saliva cae de su frente, por su ojo y mejilla, pero Gaia no se mueve. Su cuerpo se niega a moverse. — Veo que nadie te ha entrenado... necesitas a alguien como yo, perra. Alguien que sepa tratarte como lo que eres... una sumisa. — Durante esas palabras le había acariciado la mejilla, con suavidad. Gaia había cerrado los ojos dejándose llevar, pero cuando terminó de hablar le estampó una bofetada en la mejilla. No muy fuerte, pero si notable. — ¿Quieres entregarte a mí? ¿Seguir sintiendo todo lo que sientes ahora mismo? Gaia no supo responder. Estaba demasiado confundida y por su mente pasaban miles de pensamientos. Sus labios se abrieron para responder pero volvió a cerrarlos. África podía ver todas sus preguntas pululando por su mente. — Hagamos una cosa. Yo sé muy claro que eres una sumisa pero... ¿Te ha gustado todo lo de hasta ahora? — Gaia asintió cuando la miró en busca de respuesta. — Bien, dame el resto de la noche. Si después de lo que hagamos no te gusta, puedes irte. Si no, serás mía. ¿Entendido? — Entendido... — Murmura Gaia. África sonríe más ampliamente. Su mano se posa sobre la cabeza de ella, acariciando suavemente. — Buena chica. Quítate ese vestido que no te hará falta, y vamos a mi habitación. — Gaia se fue a levantar y recibió una nueva bofetada. Jadeó, parpadeando para evitar las lágrimas. — Desnuda a cuatro patas, sumisa. Gaia tardó en reaccionar. Pero unos segundos después, que África esperó junto a la puerta, se desnudó y se puso a cuatro patas, comenzando a seguirla. Su coño se humedeció sin pensarlo. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué le pasaba? Llegaron a la habitación y África se sentó en la cama, mirándola. Gaia se sonrojó ante aquella mirada y agachó la vista. — ¿Te has visto, perra? Mojada, con los pezones erectos. Vas casi jadeando. Y estás en la casa de una chica que acabas de conocer, desnuda, a cuatro patas. ¿No te da vergüenza? — Gaia se sonrojó más aún. — Ven aquí. — Gaia avanzó de nuevo, tragando saliva. Se puso entre sus piernas.— No tiene que darte vergüenza, las perras como tú, hacéis esto. ¿Entendido? — Entendido... — Murmuró en voz baja. Volvió a recibir un bofetón. — Entendido, Ama. Durante estas horas eres mía y debes ser educada si no quieres que te castigue. ¿Entendido, perra? — Reforzó lo último, con una sonrisa. — Entendido, Ama. Perdón. — Buena perra. Sube a la cama. De rodillas. — Gaia obedeció, se subió a la cama y se puso de rodillas. — La cabeza arriba pero la mirada abajo. Las rodillas ábrelas un poco, la espalda recta y las manos sobre los muslos, hacia arriba. Esta es la posición básica que tienes que tener, perra. ¿Entendido? Gaia hizo todo lo que le dijo, poco a poco. Traga saliva cuando se queda quieta en aquella postura. África le acarició la mejilla con y luego subió a su pelo. Se giró para ir hacia su armario y no pudo ver más, pues estaba a su espalda. África sacó unas esposas, un antifaz, una mordaza en forma de bola y un consolador. Volvió hacia la cama y antes de que Gaia pudiese decir algo, le puso el antifaz en el rostro. La pelirroja se tensó y más aún cuando le puso las esposas en las muñecas, atándola por delante.
Esto es una historia real que me ha ocurrido aquí, en Todorelatos. Gracias a uno de los últimos relatos que publiqué, en la sección de Sexo Anal, he estado conociendo a chica con inclinaciones de sumisa. Empezamos a interactuar por un email que me envió para felicitarme, sobre el relato de la Compañera de Piso, en concreto, con la que he ido interactuando. Se llama Claudia y normalmente, los demás la ven como una muchacha veinteañera, tímida y dulce, pero en realidad en su interior, que me ha mostrado, yace agazapada una sumisa little pervertida que ha ido asomando en nuestras conversaciones... Le gusta la humillación, es masoquista y, aunque llora mientras se le aplica, se excita con ciertos tipos de dolor. No transcurrió mucho tiempo (pero sí muchas conversaciones), hasta que entramos en la dinámica D/s, y, pese a su timidez, me fue revelando cómo es en realidad y las cosas que más le gustan, los kinks que no conocía y yo le he ido descubriendo. Detrás de esa fachada de niña buena, cumplidora, la primera de la clase, está una pervertida que poco a poco se está haciendo mi perrita y me empieza a llamar “Amo”. Lo que viene a continuación es una conversación entre ella y yo, una que está deseando ver publicada para sentirse expuesta, humillada y excitada a la vez. Es un supuesto en el que ella, que ha estado enferma unos días, hospitalizada, ha estado hablando conmigo y una noche empezamos una conversación en la que se mezclan fantasía y realidad, cuidados para una sumisa Little, y varios kinks… Empecé a escribirle en un punto de la conversación, mezclando la fantasía con preguntas directas que tenía que responder. —Y ahora estoy preparando a mi peque para dormir. ¿Quieres que te prepare a ti? —Me encantaría —me responde ella. —Pijama, pañal, el culete bien rojo y azotado. Y puede que algo más si has sido buena. O mala. —Ojalá ☺️ —¿Quieres saber qué más? —Sii. —Si, ¿qué? —Sí, Amo. —¿Crees que las enfermeras sabrán que eres una perrita pervertida? —le pregunto, provocándola— ¿Que puede empezar a mojarse con lo que le está contando su Amo, su Daddy...? Porque lo eres... —Dudo que lo sepan… —Que sepan que eres... Qué... Dilo. Escríbelo. Confiésalo. —Soy una perrita pervertida, Amo… —¿Cómo te hace sentir el escribirlo? —Hace que me sienta humillada, Amo —se empieza a excitar, es perceptible en lo que tarda en escribir y cómo cambia su lenguaje. —Iría a verte. Pediría una habitación solo para ti. Vestiría traje, formal. Con chaleco.
Pediría a la enfermera, de forma encantadora, un pañal. Y, sí, les diría que es para ti, porque debo cuidarte. Y que no quiero que nos interrumpan. Entraría, para verte. Apagaría las luces y solo dejaría la de la cama del hospital. ¿Qué vistes ahora mismo, pervertida? Pero no me respondas en primera persona. Aún no te mereces eso. "Tu perra pervertida viste...". Así es como responderás. ¿Entendido, perrita? —Me encantaría que vinieras pero me daría vergüenza que lo supieran 🙈. Tu perra pervertida viste un camisón de hospital, Amo. Me gustaría, mucho y me daría mucha más vergüenza. Me imagino perfectamente su voz, el tono estrangulado de súplica, el timbre más agudo, como en algunos audios. No os imagináis lo pervertida y sensual que puede llegar a ser… —Irrelevante, para mí placer —continuo—. ¿Estás sola en la habitación o es compartida? —Es compartida. Acudiría a tu cabecera, sonriendo, ignorando tu vergüenza y a tu compañía en la habitación. Besaría tu frente. Así compruebo si tienes fiebre mientras te doy un gesto amable. Luego te pediré que beses mi mano, para que declares tu sumisión. —¿Cómo llevas el pelo ahora? —le pregunté por nuestro chat de Telegram. —Tu perra pervertida lleva el pelo suelto, Amo. Tendré a mano mi maletín de cuidados para eso. Cepillo, desenredante antipiojos de olor a mango, y algunos juguetes sexuales y BDSM. —¿Cómo has pasado el día? Te escucharé mientras te miro el cabello y espero a que te desnudes. Tus pezones se endurecen al momento. ¿Cómo son? Descríbelos. —Pues no sé muy bien cómo describirlos porque nunca tuve que hacerlo… Pero los pezones de tu perra pervertida son pequeños, de un tono rosado y claro… no sé qué más decir… —me confiesa, describiéndose realmente. Así que ahora, todos vosotros que estáis leyendo esto, lo sabéis. —¿Areola estrecha, o ancha? —le pregunto—. Me gusta el color rosado. —En proporción con el pezón… —cuando te encuentres mejor habrás de mostrármelos como una buena pervertida ofrecida a su Amo. —Sí, Amo. Voy a cepillarte el pelo. Pero para hacerlo, voy a ponerte unas pinzas en los pezones, esos lindos y duros pezones. Te acariciaré la mejilla, pasaré el pulgar por tus labios esperando que abras la boca para que lo chupes, obediente, pervertida, bien zorrita para mí, mirándome a los ojos antes de darte un cachete que te caliente la mejilla. Sopesaré tus pechos en mis manos. ¿Cómo son? Descríbelos, zorrita pervertida. Pondré las pinzas en los pezones y empezaré a cuidarte el pelo. —Los pechos de tu perra pervertida son algo grandes y redonditos. —Quiero verlos, sopesarlos y estrujarlos mientras gimes. Quiero atarlos y constreñirlos con una cuerda que te ate fuerte y te humille ser una perra atada. Te peinaré con cuidado, y te pediré que, despacio, me cuentes una perversion tuya. ¿Qué es lo más pervertido que has hecho estando sola? Confiesa, pervertida. Y ahora, perra pervertida, confiésale a tu Amo si estás empezando a mojarte. —Sí, Amo, llevo un rato ya así por las cosas que me dices… Quiero sentir tu dolor y tus gemidos mientras te peino. Acabado el cuidado de tu cabello, mi mano viajará hacia abajo. Acariciando tu cuerpo suavemente, saboreando tu piel en las yemas de mis dedos.
Llego al monte de Venus. Descríbelo. ¿Depilado? ¿Rasurado? Clítoris grande o pequeño? ¿Te abulta? ¿Es muy sensible? ¿Cómo son tus labios? ¿Sobresalen los menores o están guardaditos tras unos labios mayores acogedores? —El monte de venus de tu perra pervertida está depilado. El clítoris es pequeño, demasiado sensible. Los labios menores están guardaditos, no sobresalen nada. Lo buscaré y hurgaré con mis manos, mis dedos, largos y algo gruesos, para cogerte con una mano del cuello y controlar el aire que tomas, y con la otra, te acariciaré como te gusta... Pero también como me gusta a mí, tomando lo que quiero de ti. Dilo, perra, sumisa, pervertida y puta, pequeña sumisa, di que es mío. Entrégalo. Y te concederé el orgasmo... —Me va a subir hasta la fiebre si seguimos así… —Sigue. Dilo —le contesto, ordeno, tajante—. Quiero que acabes empapada. Que busques una excusa para ir al baño a tocarte de lo que te provoco, mi pequeña putita entregada. Mi perrita pervertida deseosa... Quiero que te palpite el coño, el ano, que se te endurezcan los pezones, que la palabra "Amo" haga hincharse tus labios de ganas de decirla en voz alta al correrte... —Cada vez me mojo más y más, me palpita todo y se me acelera el pulso y la respiración… una pena no estar en mi habitación para poder tocarme y enseñártelo. Y, lo digo: mi coño es tuyo, Amo. —Eso es... —Y ahora, tu humillación final, pequeña. Porque mientras te corres en mi regazo, mientras tiro de tus pezones y te llamo “mi perra, mi puta, puede correrse” al oído, también te daré una orden final con el orgasmo, mientras te pongo de espaldas a mi, desnuda y yo vestido, chorreando flujo, gimiendo y con los pezones al rojo vivo, casi llorando: “córrete para mí… Mientras te meas encima” —Aaaah… Es una humillación muy grande pero me llama mucho la atención, me encanta… Te has meado. Y eres una guarra. Una perra meona. Llamo a la enfermera para que vengan a limpiar. "No pasa nada, se ha meado encima", le diré —Es muy humillante☺️. Casi no puedo respirar. Voy a darte una orden . Una muy suave, como un latigazo de seda mojada. Lleva tu mano discretamente a tu entrepierna. Hunde un dedo en ti. Y luego, chúpalo. —Sí, Amo… Pero hay gente… —Irrelevante. —Sí, Amo… —pasan dos minutos—. Ya. Gracias, Amo. —¿Y sabes que va a pasar con todo este texto, perrita? ¿Con toda esa humedad que hay en tu entrepierna por mis palabras? Qué lo voy a convertir en un relato que voy a publicar, para que todos los pervertidos que lo lean vean lo guarra, lo perra pervertida que eres, así, expuesta. Solo tú sabrás lo expuesta que estás... —Es Muy humillante☺️. Y me excita mucho… —¿Te gustaría que lo hiciera?¿Te humillaría y excitaría, perra pervertida? —Me encantaría la verdad —me confiesa. Mientras vienen a limpiar, me sentaré uno de los sofás, para que te vean venir, desnuda, a cuatro patas, y empezar a... ¿hacer qué en mi entrepierna dura, erecta y cubierta de preseminal? Dilo tú. —¿El qué…? —Lo que sigue aquí —¿Y qué sigue…? —¿Tú qué crees...? Vienes a cuatro patas, desnuda, recién corrida, meada, tú Amo está sentado y su polla empalmada fuera, esperando… ¿Qué tiene que hacer la perrita? —Una mamada. —Veremos qué es capaz de hacer esa boquita. Porque pasarán dos cosas: Una, tienes que complacer a tu Amo con tu boca. ¿Lo deseas? ¿Te gusta hacerlas? Confiesa, perrita. Y, dos: tarde o temprano, te agarraré de las dos coletas que te he hecho, y te irrumaré. —Sí lo deseo, Amo. Me gusta mucho hacerlas — Bien, bien. Me gustan tus confesiones. Sobre todo porque casi seguro que te has imaginado haciéndomela cuando lo has leído... Confiésate a tu Amo, perra. —Sí, lo he imaginado Amo …Y después, te irrumaré… Repito. —Esto, te gustará también. —Me gustará mucho En la oscuridad de la habitación, mientras pasa gente por el pasillo, tarde, y las luces de la ciudad brillan al otro lado, entre las gotas de agua de la tarde que han quedado en el cristal, te follaré la boca.
Tomaré posesión de ella y la usaré para mí placer hasta derramarse dentro de ti, en tu garganta, haciéndote tragar todo lo que salga para que cumplas como una buena perra pervertida. —Me encantará Acariciaré tus labios usados e hinchados y recogeré un poco de semen que ha quedado fuera con el pulgar para metértelo en la boca, y ver cómo lo chupas… Y tragas, visiblemente. Y tras esto, deberás agradecerlo. —Gracias por alimentar a tu perrita sumisa y pervertida con tu semen, Amo... —¿Cómo te sientes, escribiéndolo? —Y ahora... —prosigo, sin darle tregua— ¿Cómo son tus orgasmos? ¿Tienes solo uno y potente? ¿Tienes varios? ¿Uno o dos seguidos y después descansas? Porque voy a volver a usar tu coñito pervertido con algo que llevo en el maletín… Hasta recuperarme yo... Y poseer tu culo de perrita... Te escuchan. Te escuchan decirlo. No he dicho que la limpiadora se haya ido. Te han visto hacer todo eso. Chupar. Mamar. Follada por la boca.
Cuando tengas el culo al rojo vivo y no puedas suplicar más, entre lloros, tendrás que acuclillarte, y te dejaré masturbarte. Otro orgasmo que me entregarás... Sí, también querré que te humilles más y orines, si puedes. Seguro que algo saldrá. Y ahí, desnuda, atormentada por las pinzas, con el culo ardiendo y poseído por el plug anal, me miraras mientras sale el pequeño chorro. "Pídele perdón a la señora, por ser una perra meona". —Perdón por ser una perra meona… casi me corro al escribirlo Amo, estoy muy, muy excitada… —Vamos. Escríbelo. Confiésale a tu Amo que eres una perra meona. Escúchame, léeme bien, Claudia: cuando regreses a casa, cuando vayas a ducharte, te querré en cuclillas, masturbándote, y orinando. Porque eso eres. Y me lo confesarás. Arrodillada, en posición de disculpa, frente en el suelo, sobre tus orines, mientras ella te mira y se corre al ver lo sucia y pervertida que eres. Porque te has meado, pero tambien te has corrido. Ha pasado un rato. Ahora voy a poseer tu cuerpo, a usarte, porque lo deseas. De pie, de nuevo, delante de mí, te retiro las pinzas. ¿Te has puesto alguna vez? ¿Sabes cuándo duelen más?: cuando se quitan. Y querré que me miras mientras lloras, te quejas, gimes. Y conforme lo haces, sin mediar palabra y mientras se va la limpiadora, te volcaré con brusquedad sobre la cama y tomaré tu culo sin piedad. Retirando el plug, dejándolo a la altura de tu cara, te cogeré las manos, aprisionándolas desde detrás contra tu espalda
En la quietud de la noche sin estrellas, mi corazón llora un amor que se fue, susurros de recuerdos se entrelazan en la niebla, y en cada latido, tu nombre aún se ve. Las sombras del pasado envuelven mi ser, como un manto de nostalgia que nunca se va, tus ojos, faros en la tormenta de mi ayer, brillan en la distancia, aunque no estás. Tu voz, melodía que el viento lleva, resuena en mi alma, tan suave y clara, y en el eco de cada palabra que queda, renace el dolor de una herida rara. Amor mío, en la bruma te busco aún, deseando encontrar un rastro, una señal, en cada rincón del tiempo común, donde tus abrazos eran mi hogar celestial. Aunque el destino cruel nos separó, y el silencio es el guardián de este amor, mi corazón te pertenece, siempre lo supo, en esta melancolía eterna, tú eres mi ardor.
En el umbral de la noche, bajo un cielo estrellado, dos almas se encuentran, destino entrelazado, la brisa susurra secretos en un lenguaje antiguo, y comienza el juego, sutil y ambiguo. Tus ojos, dos abismos donde me pierdo sin miedo, brillan con la promesa de un misterio sin remedio, la luna observa, cómplice silente, mientras nuestros cuerpos se acercan lentamente. Cada palabra, un suspiro, un roce de labios, pinta en el aire caricias, deseos sabios, tu risa, una melodía que envuelve mis sentidos, despierta en mí anhelos dormidos. Tus manos, exploradoras de piel y ternura, dibujan en mi cuerpo senderos de dulzura, el calor de tu aliento en mi cuello se posa, y un escalofrío recorre mi espalda sinuosa. Nos movemos en un baile, danza de seducción, donde cada paso es un verso, un acto de devoción, mi piel se eriza bajo tu toque ligero, y en tus brazos encuentro mi refugio certero. Tus palabras, suaves, como pétalos en el viento, desatan en mi ser un profundo sentimiento, el deseo florece, intenso y vehemente, y cada mirada tuya es un pacto latente. Tu cuerpo, cercano, es una promesa de placer, y en la oscuridad, tus ojos son un amanecer, el aroma de tu piel, una droga embriagante, me sumerge en un trance, un delirio constante. Nuestras almas se entrelazan, ritmo incansable, en la sinfonía de la noche, un amor imparable, cada beso, un susurro, un fuego que arde, y en cada caricia, el deseo se expande.
En la penumbra de secretos susurrados, donde el amor y el deseo caminan de la mano, nuestros corazones laten, enamorados, en un vínculo oculto, profundo y arcano. Tus ojos, espejos de un anhelo prohibido, reflejan la pasión que no debe ser dicha, y en cada encuentro furtivo y temido, el mundo desaparece, la realidad se desdicha. Nos escondemos en sombras, amantes clandestinos, bajo el manto de la noche, en rincones escondidos, cada caricia es un riesgo, cada beso un destino, y en el silencio, nuestros deseos prohibidos. Tus manos, exploradoras en la oscuridad, trazan senderos de fuego en mi piel, y en el roce de tus labios, la eternidad, se convierte en un sueño, en un dulce y cruel laurel. Cada susurro tuyo es una promesa velada, un juramento de amor que no puede ser revelado, y aunque el destino nos tenga separados, en nuestros corazones, estamos atados. Vivimos en un mundo de miradas furtivas, donde cada gesto es un poema secreto, y aunque el precio a pagar sea la vida, no podemos renunciar a este amor indiscreto.
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