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música suave que se escapa del local se mezcla con el sonido de las olas, creando una atmósfera perfecta. "¿Te gustaría compartir este atardecer?", le pregunto, mis labios curvándose en una sonrisa coqueta. La luz dorada del sol resalta mis rasgos, y puedo ver cómo su mirada se intensifica. Me invita a sentarme, y pronto estamos hablando como si nos conociéramos de toda la vida. Su voz es profunda, y me encanta cómo me mira, como si quisiera descubrir cada secreto que guardo. La conversación fluye, y entre risas,
exagerada, mis manos tocando la superficie de madera con delicadeza. Cada gesto era una invitación. No dije nada, pero la sonrisa en mis labios era más que suficiente para que supieras que lo sabía. Sabía que querías algo, que algo entre nosotros se había encendido en ese preciso momento, aunque ninguno de los dos lo hubiera mencionado aún. El silencio entre nosotros crecía, pero era un silencio cargado de significado. Mis dedos recorrieron la superficie de la mesa lentamente, como si el tiempo se alargara y cada segundo durara más de lo que debía. Sentía tus ojos en mí, me provocaba esa sensación de ser deseada, aunque sin una palabra, sin una acción explícita. Era solo esa tensión, esa electricidad en el aire, que me hacía sonreír de forma sutil, con un toque de misterio. Me giré otra vez, pero esta vez lo hice con más calma, dejando que mi mirada se encontrara con la tuya, solo por un momento. Fue breve, como si ambos supiéramos que no hacía falta decir nada. La conexión estaba ahí, flotando entre nosotros. Podía sentir tu respiración más cerca, aunque no lo estaba, y eso solo incrementaba la atracción. Todo lo que quería era seguir jugando con esa incertidumbre, alargar el instante, hacer que todo se sintiera más intenso de lo que ya era. La habitación parecía haberse detenido por completo. Todo lo que existía en ese momento era el juego entre nosotros, la tensión creciente que nos rodeaba. Y aunque no había necesidad de palabras, los pequeños gestos lo decían todo: el leve roce de mis dedos en el borde de la mesa, mi sonrisa que se alargaba con un toque de complicidad, la forma en que mi cuerpo se movía, cada movimiento calculado para hacer que desearas más.
disfrutando del suave murmullo de la gente y el aroma de la comida callejera que impregnaba el aire. Había algo en la atmósfera que me llenaba de energía, una promesa de aventura. Decidí entrar en una galería de arte, donde las pinturas vibrantes colgaban de las paredes. Mientras exploraba, un cuadro en particular capturó mi atención. Era una obra abstracta, llena de colores intensos y formas intrigantes. Justo cuando me acercaba, sentí su presencia: un hombre alto, de cabello desordenado y una sonrisa encantadora. "¿Te gusta?" preguntó, acercándose con curiosidad. Nuestras miradas se encontraron, y en ese instante, supe que había algo especial entre nosotros. Comenzamos a hablar sobre el arte, cada palabra fluyendo con una chispa de complicidad. Su pasión por la pintura era contagiosa, y me encontré queriendo saber más. Mientras la noche avanzaba, nos movimos a un rincón más privado de la galería, rodeados de obras que parecían cobrar vida a nuestro alrededor. La conversación se tornó más personal, y la atmósfera se llenó de una tensión palpable. Sin pensarlo, me acerqué un poco más, sintiendo la calidez de su cuerpo. De repente, el mundo se desvaneció, y nuestras bocas se encontraron en un beso suave y electrizante. La mezcla de arte, música y la cercanía de nuestros cuerpos crearon un instante que se sentía eterno. En ese rincón de la galería, rodeados de obras de arte, comenzamos a crear nuestra propia obra maestra: una conexión que prometía ser inolvidable.
distante de la ciudad. Hay algo en la manera en que el sol se oculta detrás de los edificios que me hace sentir una ligera inquietud, una anticipación de lo que está por venir. Cada día, al llegar este momento, me siento más viva, como si algo estuviera a punto de suceder. Hoy, como en tantas otras veces, me encuentro tomando un desvío, alejándome de la rutina habitual. No sé bien qué me atrae de este sendero, pero es un lugar donde las horas parecen perder su peso. La brisa juega con mi cabello, haciendo que algunas hebras caigan suavemente sobre mi rostro. Hay algo en el aire que se siente diferente, más cercano, y siento como si el mundo a mi alrededor estuviera esperando, a la espera de una chispa, de un movimiento. Mis pasos se aceleran. La sensación crece, como si una corriente eléctrica recorriera mis venas. No es miedo, ni ansiedad; es la fascinación de un momento que solo se vive al entregarse por completo al presente, sin preocupaciones. El tiempo se diluye, las distancias se acortan. Cada pensamiento se va dejando llevar por la urgencia del momento. Mi cuerpo sabe lo que necesita hacer, y mis manos tiemblan un poco, como si anticiparan lo que se viene. Finalmente, llego a ese lugar. No necesito buscar, sé que ahí está, que es exactamente lo que necesito. No hay palabras, no hay gestos complejos. Todo fluye con una naturalidad que me sorprende. Mi respiración se vuelve más profunda, mi piel se enciende. Es un instante, pero es también una eternidad. Al final, lo único que importa es cómo el mundo se desvanece a mi alrededor, y lo único que queda soy yo, completamente sumida en lo que soy, lo que quiero, lo que deseo. Sin más, sin menos.
Mi respiración se vuelve más profunda, como si algo en mi interior estuviera despertando lentamente, un susurro en la piel que me invita a no apresurarme. Me inclino un poco más hacia la ventana, sintiendo cómo mi ropa, ligera y delicada, se ajusta a mi figura. Cada movimiento tiene una suavidad que me resulta agradable, casi tentadora. Mis dedos acarician la tela, disfrutando de la textura que se desliza entre mis manos. El sol comienza a caer lentamente, y los tonos dorados se mezclan con el azul del cielo, creando una atmósfera única, cargada de misterio. Todo se siente diferente, como si cada segundo estuviera lleno de posibilidades. Me pierdo un momento en la sensación de estar completamente presente, en la calma y la tensión que se mezclan. Es entonces cuando cierro los ojos por un instante, permitiendo que el silencio se convierta en un susurro suave. Mis labios se curvan ligeramente, como si alguna idea divertida o traviesa estuviera tomando forma en mi mente. No hay prisa, todo está perfectamente en su lugar. La noche se acerca, y con ella, la promesa de algo más.
como si el tiempo se detuviera. Su presencia, tan magnética, me hacía temblar. Recordar el roce de su mano contra la mía me provoca un escalofrío que recorre mi cuerpo. Cierro los ojos y me dejo llevar, imaginando lo que podría haber sido. Pienso en los susurros que compartimos, en la tensión que se acumulaba entre nosotros, como un hilo invisible que nos unía. Cada palabra, cada risa, era un juego; cada mirada, una invitación a acercarnos más. Me imagino la calidez de su cuerpo junto al mío, el roce de sus labios apenas rozando mi piel. La noche avanza y el vino se convierte en mi confidente. Dejo que la música suave que suena de fondo me envuelva. Cada nota parece marcar el ritmo de mi corazón, pulsando con la promesa de lo que podría ser. La anticipación crece, y me encuentro sonriendo de nuevo, atrapada en esta danza de deseo y complicidad. En mi mente, el momento se alarga. Imagino sus manos explorando cada curva, cada rincón de mi ser, mientras me pierdo en un mar de sensaciones. Quiero que sepa lo que siento, que cada mirada furtiva, cada toque ligero, es un secreto compartido entre nosotros. La luna llena se asoma, iluminando la noche con su luz plateada, y me doy cuenta de que, a veces, el deseo más profundo se encuentra en los momentos más sutiles. Todo lo que necesito es un pequeño empujón, una chispa que encienda la llama. Decido que no esperaré más. Me levanto de la terraza, dejando atrás el vino y la noche. Con una sonrisa coqueta en los labios, me dirijo hacia donde la aventura me espera, dispuesta a vivir ese instante que he estado soñando.
para observarme. Poco a poco, me fui acercando al lugar. El restaurante estaba lleno de murmullos bajos, pero yo solo tenía ojos para el interior. Sentí la expectativa en mi piel, esa mezcla entre nervios y emoción. Mi respiración, lenta, se acompañaba de cada uno de mis movimientos. Sabía lo que buscaba. Sabía lo que quería. Entré, y el calor del ambiente me envolvió de inmediato. El lugar estaba lleno de luces suaves, el aroma a comida y vino flotaba en el aire. Mis dedos se deslizaron por la copa de vino mientras pensaba en el contraste entre la suavidad del cristal y la textura de mi piel. Cada trago, cada mirada, me iba sumergiendo más en ese juego, un juego de miradas y sonrisas furtivas, donde las palabras no eran necesarias, solo el roce de una mirada. El resto del mundo parecía desvanecerse en ese instante, como si solo existiéramos nosotros en el espacio. Cada vez que nuestros ojos se encontraban, era como si el tiempo se alargara, como si el aire se hiciera más denso. No era necesario hablar, solo sentir. Y ese sentimiento, esa electricidad que recorría mi cuerpo, era más que suficiente para mantener el fuego encendido. Mi cuerpo se movía con una calma que no me pertenecía, pero que disfrutaba. Sabía que cada paso que daba, cada gesto que hacía, dejaba una pequeña huella en la memoria. Una huella que no se borraría fácilmente, un susurro que seguía sonando aún cuando ya no estaba allí.
alguna razón, no me molestaban en este momento. ¿Por qué preocuparme de lo que no puedo controlar? Quizás no lo sabías, pero me gustaba perderme en esos pequeños momentos de indulgencia, donde todo lo que importaba era yo. Me incliné hacia atrás y cerré los ojos un momento, disfrutando de la quietud. Pero no era una quietud completa, era un tipo de calma inquietante, como si cada rincón de la habitación estuviera esperando algo. O, mejor dicho, esperando a alguien. Porque, aunque nadie estuviera presente, había algo en el aire, algo sutil pero perceptible, que me hacía sonreír con una mezcla de complicidad y misterio. El sol comenzaba a esconderse, dejando que la penumbra jugara con las sombras en las paredes. No me moví. No había necesidad. Mis pensamientos se enredaban, se desplegaban, se aceleraban… de alguna forma, era como si cada acción tuviera un eco en mi cuerpo, cada suspiro provocara un pequeño estremecimiento que recorría mi espina dorsal. Un juego, un baile invisible que me incitaba a continuar, a quedarme, a disfrutarlo. Y en ese momento, supe que había algo en el aire, una promesa tácita que flotaba entre cada respiro. Era el momento perfecto para dejar que las cosas siguieran su curso, como un juego sin reglas, donde la única constante era el deseo de seguir jugando.
sido una preparación para ese momento, para ese susurro de peligro que me hacía sonreír por dentro. Cerré el libro lentamente, como si estuviera saboreando el instante. No me giré inmediatamente, dejé que esa presencia se fuera acercando poco a poco. Podía sentirlo, como una corriente eléctrica que recorría el espacio entre nosotros. Cuando finalmente decidí mirar, el aire se cargó de algo que no sabía si era curiosidad o una anticipación un poco más atrevida. Me encontré con sus ojos, y algo en mí se encendió. No había palabras, pero no eran necesarias. Solo una mirada, una conexión de esas que te dejan sin aliento. La electricidad se sentía real, palpable, como si ambos estuviéramos completamente conscientes de lo que podía ocurrir. No era un lugar para este tipo de encuentros, pero me gustaba la idea de que, en ese preciso momento, lo inesperado se sentía como lo más natural del mundo. Pude notar su sonrisa apenas, una sonrisa que no decía nada, pero lo decía todo. Me levanté con calma, sin apresurarme, dejando que mi cuerpo hablara más que mis palabras. Caminé hacia la mesa de consulta, pero no podía dejar de sentir sus ojos sobre mí, como si me desnudara con solo mirarme. No me importaba. La sensación era embriagante. A veces, el deseo no se busca. Se encuentra, y se deja sentir con una intensidad que solo unos pocos afortunados pueden experimentar. Yo era uno de esos afortunados, y, por esa noche, la biblioteca era nuestro pequeño refugio, un lugar donde los silencios se llenaban de promesas.
elevaban, y mi reflejo en los escaparates me devolvía una imagen de seguridad que se sentía tan extraña y tan natural al mismo tiempo. Cuando llegué, el ambiente estaba cargado de esa mezcla de expectación y misterio que solo puede tener un lugar como ese. Podía sentirlo, la mirada de todos sobre mí, aunque no me molestaba, al contrario, me gustaba. No era la primera vez que me sentía así, pero esa noche… esa noche lo disfrutaba con más intensidad. Caminé hacia la barra, mis caderas moviéndose de una forma deliberadamente lenta, casi invitante. No necesitaba palabras, solo mi presencia. Los murmullos a mi alrededor se desvanecían, ya no importaba qué decían, solo importaba lo que sentía. Mi mirada recorrió la habitación, no buscaba nada, pero algo me hizo detenerme. Y entonces lo vi. Una chispa, una conexión instantánea que se sintió como un desafío sin palabras. Tomé mi bebida con una sonrisa juguetona, sabiendo que cada movimiento era una invitación, aunque no la decía en voz alta. Me giré y lo observé desde la distancia, sabiendo que estaba completamente consciente de mi presencia. No necesitaba correr hacia él, sabía que tarde o temprano, se acercaría. Las horas pasaron y mi juego de miradas fue suficiente para mantener la tensión. No necesitaba ser obvia, no necesitaba hacer más de lo que ya hacía. Estaba disfrutando del control, del magnetismo entre ambos, invisible pero palpable. Finalmente, llegó el momento, la temperatura de la habitación pareció subir, y lo supe: este era mi momento. Nos cruzamos en el centro del lugar y sin más, nuestra mirada lo dijo todo. La sonrisa de ambos fue la única respuesta que necesitábamos.
parece conocerse mejor que yo misma. La tela se ajusta justo donde lo necesito, y es imposible no notar la forma en que me abraza, como si la noche misma quisiera tenerme entre sus brazos. La luz tenue de la habitación crea sombras suaves, que parecen jugar a esconder lo que más deseo mostrar. Y en ese juego, en esa danza entre lo oculto y lo visible, encuentro una sensación de poder que nunca dejo de explorar. Todo parece ir a su propio ritmo, pero yo soy quien marca el paso. Cada movimiento mío es deliberado, sensual, una promesa que aún no he hecho, pero que se siente inevitable. El aire se vuelve más denso, y es como si el mundo se hubiera reducido a este momento, a este instante único. Un pequeño gesto, una mirada en el espejo, me recuerda lo que es capaz de hacer la anticipación, lo que se esconde entre las sombras y lo que está por salir a la luz. Estoy lista para seguir este camino, con una seguridad tranquila que nunca me había acompañado antes.
cuerpo pide libertad, espacio para sentirse. Las sensaciones empiezan a multiplicarse. Un roce ligero en la piel, la calidez del sol sobre mis hombros, la suavidad de la tela que se desliza lentamente. Todo parece más cercano ahora. Todo lo que me rodea está lleno de posibilidades, y sin decir una palabra, el ambiente cambia. Hay algo en el aire, algo que despierta la sonrisa juguetona que se dibuja en mis labios, como si estuviera jugando conmigo misma, con mis propios pensamientos, mis deseos callados. Mi reflejo en el espejo me habla en silencio. Sé lo que veo, sé lo que quiero ver, y cómo me encuentro, aquí y ahora, en este momento que es solo mío. La noche está por llegar, pero no me apuro, porque me gusta disfrutar del trayecto, del roce entre lo que quiero y lo que puedo tener.
ni quería. Hubo algo en esa mirada que lo dijo todo sin necesidad de palabras. El espacio entre nosotros parecía desaparecer lentamente, como si el tiempo mismo se tomara un descanso. Cada movimiento era más cercano, más inevitable, pero todo sucedía a su propio ritmo, sin prisa. Me sentí como si estuviera en un lugar donde las reglas ya no importaban, donde el momento era lo único real. Cuando sonrió, esa sonrisa tan ligera, tan natural, sentí que la distancia se volvía aún más corta. No había promesas explícitas, ni expectativas claras, pero algo en el aire me decía que ambos sabíamos exactamente lo que pasaba. Y no había necesidad de hablar, porque a veces, el silencio entre dos personas lo dice todo.
algo delicioso en ese espacio entre el atrevimiento y la espera. Cada segundo se sentía más lento, más denso, como si el tiempo también quisiera disfrutar del momento. No necesitaba decir nada. Solo mirarte y dejar que mi intención se filtrara en cada gesto. La forma en que pasaba los dedos por mi cuello, la risa baja que dejaba escapar entre sorbos. Estaba jugando, lo sabías, y aún así caías más profundo en ese ritmo que yo marcaba sin esfuerzo. No tenía prisa. Lo mejor siempre es saborear, provocar, despertar. Y créeme... apenas estamos empezando.
rincón, cada punto exacto donde el pulso acelera sin permiso. A veces cierro los ojos y me imagino observada, no desde la mirada... sino desde el deseo. Ese que no necesita palabras. Ese que se siente. Hay una electricidad suave en el ambiente, como si cada centímetro de mi piel esperara una orden, un roce, una intención. Me muevo, apenas, lo justo para hacerme sentir. Me exploro, sin apuro, como si fuera una historia que vale la pena leer despacio. No hay nadie más. Pero me siento mirada. Y no me importa. Me gusta. Tal vez no estás aquí, pero si estás leyendo esto... ya sabes cómo me siento. Y quizás, solo quizás, eso es exactamente lo que quería.
apenas, otras quedándose más tiempo, como si estuvieran tanteando terreno, midiendo respuestas. Y yo me dejaba. Porque, ¿quién mejor que yo para saber lo que me enciende y lo que me calma? No buscaba nada grandioso, ni final épico. Solo el placer de estar conmigo, de escuchar mis propias reacciones, de conocerme un poquito más. Fue suave, tranquilo… casi como una conversación en voz baja con mi cuerpo. Cuando terminé, no hubo fuegos artificiales. Solo una risa bajita, cómplice. Me quedé ahí, relajada, con esa sensación dulce de quien ha tenido una cita consigo misma… y la ha pasado bastante bien.
despertar sensaciones que no piden permiso. No se trata de buscar nada. Es más bien encontrarme. En lo pequeño. En lo leve. En la forma en que mis pensamientos divagan y se pierden en detalles que no siempre noto: la curva de mis manos, la tibieza de mi aliento, el ritmo lento que se instala sin apuro. Me permito ese momento. No por capricho, sino por necesidad. Porque hay una dulzura secreta en estar conmigo, en habitarme sin interrupciones. Como si, por un instante, pudiera recordarme que soy suficiente para sentir, para imaginar, para vibrar… sin más compañía que la mía.
bajo mis pies, el roce del aire en mi cuello… todo conspira para recordarme que el deseo empieza por mí. Me miro en el espejo. Me sostengo la mirada. Me gusta cómo me veo cuando no estoy apurada, cuando simplemente me pertenezco. La forma en que arqueo la espalda, cómo se curvan mis labios sin una sola palabra. Juego con mi reflejo. Me muestro, me escondo, me invito a mirar más. Me dejo llevar por el instante, por la sensación que crece despacio, como una llama que sabe muy bien cómo arder sin quemar. Todo está en su lugar. La piel, el pulso, el deseo. Y en medio de esa danza lenta, me descubro irresistible.
muy cerca, sin tocarlo… pero suficiente para que el aire entre nosotros se volviera electricidad. —¿Nos conocemos? —me preguntó, con esa voz grave que quiere parecer casual. Le sonreí apenas, inclinando la cabeza. —Todavía no —respondí, dejando que mis ojos dijeran lo que mis labios no iban a decir tan rápido. Él pensó que me seguía, pero fui yo quien marcó el ritmo desde el principio. Porque cuando sé lo que quiero… no necesito decirlo todo para conseguirlo.
momento: ese segundo exacto en el que aún no era del todo día, pero tampoco noche… donde todo se sentía posible. Me mordí el labio, apenas, saboreando el sabor del silencio. Dejé que mis manos exploraran con curiosidad traviesa, sin ningún mapa, sin ninguna prisa. Había algo delicioso en no tener testigos, en ser mi propio secreto. En provocarme. Y sí… me gusta provocarme.
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