Hola, soy Tara Siempre llevo una sonrisa y estoy lista para disfrutar al máximo. Al principio, puedo ser un poquito tímida, pero una vez que entro en confianza, mi lado más divertido y encantador sale a relucir. Me considero una persona cariñosa y detallista, me encanta sentirme especial y también hacer que los demás se sientan así. Disfruto reír, conversar y crear momentos inolvidables. Si eres alguien divertido, atento y con ganas de compartir experiencias increíbles, ¡bienvenido a mi mundo!
Contenido Multimedia.
Ya no tienes suficientes créditos en tu cuenta
Usted dispone de : 0,00 US$
Hola, soy Tara… y quiero que te quedes conmigo. Detrás de mi sonrisa dulce se esconde un universo de deseo, juego y placer. A simple vista parezco tranquila, quizás un poco tímida… como una melodía suave que apenas se empieza a sentir. Pero si te acercas, si te tomas un momento para conocerme, vas a notar que algo en mí vibra distinto… una energía cálida, provocadora, que te invita a mirar más allá de mis palabras.
Soy esa mezcla deliciosa entre la ternura y el fuego. Puedo parecer frágil al principio, pero en cuanto entras en mi juego, descubres a una mujer libre, sensual y profundamente consciente de lo que le gusta. Me gusta jugar con las emociones, con los gestos, con los silencios cargados de intención. Me gusta hablarte suave al oído, y luego dejarte sin aliento con un gemido lleno de deseo. Mi cuerpo es mi lenguaje favorito. Me gusta explorarlo, provocarlo, desafiarlo. Me encanta deslizar aceite tibio por mi piel, sentir cómo se enciende cada parte de mí mientras mis manos se pierden entre mis curvas. Cuando estoy con mi torso, siento que realmente puedo montar tus fantasías… cabalgar tus deseos hasta dejarte sin aire, sin palabras, solo con el recuerdo de mi cuerpo empapado, jadeando por ti.
Recorde una anecdota mientras escribia esto, se llamara: La ventana iluminada
Era de madrugada cuando llegué al apartamento. La ciudad aún vibraba, pero en mi edificio todo estaba en silencio. Subí por las escaleras con calma, los tacones resonaban en cada escalón, y al girar en el pasillo del tercer piso, lo vi. Una luz tenue se filtraba desde la ventana de enfrente, la cortina apenas corrida dejaba entrever lo que parecía un secreto prohibido. Me detuve. Podía seguir de largo, entrar a mi casa y olvidarme… pero había algo magnético en esa rendija de tela. Era como si me llamara. Me acerqué un poco, el corazón latiéndome fuerte en el pecho.
No era la primera vez que me detenía allí, lo confieso. Desde hacía semanas, esa ventana se había vuelto mi obsesión. Siempre que pasaba, espiaba con la esperanza de encontrar algo. Y esa noche, lo encontré. Dentro, un hombre se movía con calma. Estaba descalzo, el torso desnudo, musculoso, con esa naturalidad de quien no imagina que alguien lo observa. Tenía la toalla aún húmeda colgando de la cintura, apenas sujetando el peso de la tela contra su piel. El cabello mojado le caía sobre la frente. Caminaba por la habitación, sirviéndose una copa de vino, como si el mundo entero le perteneciera. Yo respiraba agitada, pegada a la pared, con miedo de que me descubriera, pero incapaz de apartar la mirada.
Me sentía sucia, excitada, atrapada. Él dejó la copa sobre la mesa y, como si obedeciera mis fantasías más escondidas, dejó caer la toalla. Mi aliento se cortó. Su cuerpo apareció ante mis ojos, desnudo, firme, completamente expuesto. La luz tenue delineaba cada músculo, cada curva. Me llevé la mano a la boca para no gemir en voz alta. Lo observé caminar hasta la cama, encender una lámpara más cálida y sentarse al borde, con calma, no necesita correr. Apoyó un pie sobre la cama, abrió lentamente un cajón y sacó un frasco de aceite.
Mi pulso se aceleró tanto que sentía la sangre retumbar en mis sienes. Lo vi verter un poco del líquido sobre la palma de su mano y deslizarlo por su pecho, bajando despacio hacia su abdomen. Mis piernas temblaban. El calor entre ellas me obligaba a presionar los muslos, buscando alivio. Yo sabía que no debía… pero la mano ya estaba en mi cintura, deslizándose hacia abajo, siguiendo inconscientemente sus movimientos. Él se recostó en la cama, con una tranquilidad obscena. La mano resbalaba por su vientre, acariciándose como si saboreara el tiempo, lento, cruelmente lento. Yo gemí bajito, y tuve que morderme el labio para no hacer ruido. Era un espectáculo solo para mí. Nadie más lo veía, nadie más podía sentir ese fuego. Yo era la intrusa, la ladrona de su intimidad, y ese riesgo me hacía hervir de deseo.
De pronto, levantó la cabeza y giró la vista hacia la ventana. Me congelé. Sentí un escalofrío recorrerme la espalda. ¿Me había visto? El sudor frío se mezclaba con el calor ardiente de mis muslos. El corazón me explotaba en el pecho. Durante unos segundos que parecieron eternos, sus ojos se quedaron fijos en la cortina corrida. Y entonces sonrió. Una sonrisa peligrosa, como si supiera perfectamente que alguien lo observaba… como si me hubiera esperado todo el tiempo. No corrió la cortina. No apagó la luz. Simplemente siguió, más intenso, más descarado. La mano bajó con fuerza entre sus piernas, moviéndose con un ritmo que me arrancó un gemido.
Ya no podía contenerme: mi mano se había colado bajo la falda, buscando el calor húmedo que me delataba. Me masturbaba allí, en el pasillo, apoyada contra la pared, con la vista fija en aquel hombre que parecía ofrecerme su cuerpo desde la ventana. Cada movimiento suyo era una orden silenciosa. Cada jadeo, un permiso. Me entregué al instante. Los dedos se movían rápidos, desesperados, mientras lo veía estremecerse, perder la calma. Nos devorábamos con las miradas aunque una pared y un vidrio nos separaran. Era un juego de poder, de secretos compartidos. Y cuando lo vi tensarse, el cuerpo arqueado, la respiración rota, me dejé ir con él. Gemí tan fuerte que tuve que taparme la boca con la mano, pero el placer fue incontenible. Mi cuerpo temblaba, me corrí en silencio, apoyada contra la pared, los muslos húmedos, la piel ardiendo.
Cuando levanté la mirada, él aún estaba allí, recostado, respirando agitado. Y lo más inquietante: aún me miraba. Sonrío otra vez, como si supiera exactamente lo que habíamos compartido. Me alejé tambaleando, con las piernas flojas y el corazón desbocado, sabiendo que la próxima vez no sería solo voyeurismo.
La música suave acaricia mis oídos mientras las luces tenues me envuelven, creando el escenario perfecto para que todo se sienta íntimo, real… nuestro. Me gusta morderme el labio mientras me deslizo lentamente sobre el dildo, mirar directo a la cámara como si te estuviera mirando a los ojos y susurrarte lo mucho que me haces sentir con solo estar ahí, mirándome. Mi boca es mi arma secreta. Me encanta usarte como juguete, devorarte con la mirada, y luego con la garganta. Amo las gargantas profundas, sentir cómo se entrega mi cuerpo entero al placer, cómo me dejo llevar por cada jadeo, cada reacción tuya. Disfruto complacer… pero también provocar, guiar, dominar.
Porque conmigo el placer no tiene una sola forma… se adapta a lo que tú y yo queramos crear. Me enciende cuando me miras fijo, cuando participas, cuando juegas conmigo como si estuviéramos realmente en el mismo cuarto. Me gusta cuando me haces sentir deseada, vista, y sobre todo… cuando me haces perder el control. Si llegaste hasta aquí, ya formas parte de mi mundo. Un mundo donde no hay prisa, donde el placer se construye lentamente, como un buen orgasmo que empieza con una mirada y termina con gemidos que no se pueden contener.
También me gustaría jugar tu yo y un tercero, recorde una historia le llamare Entre tus manos y las mias
La noche comenzó como cualquiera. Una copa de vino, risas suaves, la música de fondo flotando en el aire. Pero desde que entramos en ese apartamento, supe que no iba a ser una velada normal. Había una tensión escondida, un juego silencioso que todos entendíamos sin decir palabra.
Éramos tres: yo, él… y ella. Ella tenía una sonrisa que parecía peligrosa, de esas que te atrapan y no te sueltan. Él, en cambio, me miraba con esa calma masculina que me hacía sentir deseada y vulnerable al mismo tiempo. Los dos juntos eran una bomba, y yo estaba en medio.
Al principio, nos sentamos en el sofá, tan cerca que nuestros cuerpos se rozaban cada vez que nos movíamos. Sentía el calor de sus muslos contra los míos, y la mirada cómplice de ella clavada en mi cuello. La charla se volvió más lenta, más íntima, hasta que, sin darnos cuenta, la conversación dejó de importar. Fue ella la primera en acercarse.
Sus labios rozaron mi oreja como un susurro, una caricia que me erizó la piel de pies a cabeza. Luego, su boca encontró la mía, suave, húmeda, deliciosa. Gemí contra sus labios, sorprendida por lo natural que me resultaba besarla, como si lo hubiera deseado desde siempre.Él observaba, en silencio, con los ojos oscuros cargados de deseo. Su mano se apoyó en mi muslo, firme, acariciando hacia arriba, muy despacio, como si midiera cada segundo para volverme loca. Cuando me separé de ella, jadeante, sentí sus labios ocupar mi boca. El contraste fue brutal: ella era fuego delicado, él era fuerza contenida. Me besaba con hambre, con la lengua dominando la mía, mientras su mano subía entre mis piernas.
Yo me derretía en medio de los dos. Ella me desabrochó la blusa con una paciencia tortuosa, liberando mi piel botón por botón. Sus dedos se deslizaban con suavidad, rozando lo justo para dejarme temblando. Cuando por fin abrió la tela, sus labios se apoderaron de mis pechos, chupando con esa dulzura húmeda que me arrancó un gemido. Él me sostenía por detrás, besándome el cuello, mordiendo mi piel como si quisiera marcarla. La mezcla era devastadora: la lengua cálida de ella lamiéndome el pezón y la dureza de sus manos explorando mi cintura, bajando con urgencia.
No sabía a quién entregarme primero. Caímos juntos en el sofá. Yo, atrapada entre ambos, con sus cuerpos pegados al mío. Ella me levantó la falda, dejando mi ropa interior expuesta, y sonrió con esa picardía que me encendía más. Se deslizó entre mis piernas, besando el interior de mis muslos, cada vez más arriba, mientras yo apenas podía respirar.
Continuación de la historia: con una pequeña foto para que veas lo sensual que me veo
Él me sostuvo la cabeza, besándome profundo, como si quisiera robarme el aliento. Cuando sentí la lengua de ella recorrer mi intimidad húmeda, casi grité. La presión, el calor, el movimiento lento que poco a poco se volvía más intenso, me hizo arquear la espalda. Él no dejaba de besarme, de apretar mis pechos, de susurrarme en el oído lo deliciosa que me veía. Era demasiado. Mis dedos se enredaban en el cabello de ella, empujándola más, suplicando más. Mis caderas se movían solas, buscando su boca, mientras mi otra mano se aferraba al brazo de él. Estaba perdida entre los dos, devorada al mismo tiempo.
Cuando él se separó, lo vi quitarse la ropa. Su cuerpo desnudo, duro, listo, se erguía frente a mí. Ella levantó la cabeza, con los labios húmedos y los ojos brillando de deseo. Me guiñó un ojo antes de volver a lamerme, esta vez más rápido, más intenso. Él me abrió las piernas con fuerza, se acomodó frente a mí, y sin pensarlo más, entró en mí con un gemido ahogado. El grito se me escapó de golpe, mi cuerpo se tensó, pero era placer puro. Sentí cómo me llenaba, cómo cada embestida me arrancaba un jadeo. Ella no se detuvo, su lengua y sus dedos acompañaban cada movimiento, jugando con mi clítoris mientras él me empujaba sin piedad.
Era una sinfonía de placer. Él me tomaba con fuerza, agarrando mi cintura, hundiéndose más y más. Yo gritaba, gimiendo sin control, mientras ella me miraba desde abajo, disfrutando de mi cara retorcida de placer. Me corrí primero contra su lengua, un orgasmo caliente que me recorrió de pies a cabeza. Apenas pude recuperar el aliento cuando otro comenzó a construirse dentro de mí, con él bombeando más rápido, más duro. Ella se levantó, me besó con mis propios fluidos en su boca, mientras sus manos jugaban con mis pechos, apretando, pellizcando. Yo estaba atrapada, sobrepasada, perdida entre sus cuerpos, sin saber si quería gritar o llorar de placer.
Él se tensó de repente, con un gruñido profundo, y me llenó mientras mi cuerpo se deshacía de nuevo en otro orgasmo. Sentí sus temblores, su respiración rota contra mi cuello, mientras ella me abrazaba por detrás, acariciando mi vientre, sosteniéndome en medio de la tormenta. Quedamos los tres entrelazados, sudados, jadeantes, en un silencio espeso que solo interrumpía la música de fondo. Yo no podía dejar de sonreír. Nunca había sentido tanto, nunca me habían hecho perderme de esa manera. Y lo supe en ese instante: esa no sería la última vez.
Estoy aquí para descubrir tus límites… y romperlos contigo. Para hacer que no pienses en nada más que en mi cuerpo moviéndose, mi voz susurrando, mi boca atrapando… Y si me dejas, puedo hacerte olvidar del mundo. Solo tú, yo, y este espacio que vamos a convertir en nuestro rincón secreto del placer. Soy Tara, y no vine a entretenerte. Vine a seducirte, a provocarte… a hacer que nunca quieras cerrar esta ventana. Ven, quédate… y déjame hacerte mío.
Regístrate para aprovechar el token VIP.
Estos tokens VIP te permiten ver los contenidos VIP (vídeos o fotos) del modelo que elijas. Accede a la página de perfil de un modelo para ver su contenido multimedia o descubrir nuevos contenidos VIP en las secciones "fotos" o "vídeos".
Al registrarte, en cuanto valides tu dirección de correo electrónico, te ofreceremos un vídeo VIP.
También puede conseguir vídeos VIP gratuitos si eliges la forma de pago "BEST VALUE".