hola! me llamo rafa, soy un hombre fem muy dulce, me gustan los deportes, las cenas románticas y cocinar en pareja. amo a las actividades al aire libre y me considero una persona agradable
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Amor, bienvenido!!!
Soy Rafael, tengo 20 años, Colombiano, piel canela, amable, cariñoso, respetuoso, sencillo y muy carismático, me encanta la buena música, salir y conocer sitios nuevos, una deliciosa comida, ir a cine, plan romántico, soy de enamorarme con facilidad, pero cuando me tratan bien, cuando me consienten, me respetan, me dan mi lugar, los detalles son super importantes para mi, un chocolatico, una rosa, palabras hermosas, todo eso me encanta, tengo muchos propósitos para mi vida, he trabajado siempre por mis sueños, para cumplir los objetivos que tengo en mi vida, pero tengo mucha disciplina para lograrlo, me gusta ser muy organizado, planificar las cosas, soy muy minucioso a la hora de realizar cosas, porque me gusta que todo me salga bien, no me gustan lo erros, soy muy perfeccionista, cuido mucho de mi, de mi cuerpo, de mi salud, como muy saludable, haga ejercicio, tengo toda una rutina planificada para cada día, así que acá encontraras orden, compromiso, un muchacho muy juicioso con las cosas, pero te divertirás de eso no tengas dudas amor.
Me gusta mucho los libros de amor, pasión, intriga, los libros de erotismo, esos libros que tu lees y te dan ganas de hacer de todo, que los lees y se te eriza la piel, que sientes como se moja todo tu cuerpo solo con leerlo, que empiezas a sentir cosquillas, que empiezas a sentir tu respiración agitada de la emoción que da léelos, te dejo algunos fragmentos, espero te gusten.
Bajo su piel
La habitación estaba en penumbra, iluminada apenas por el reflejo titilante de la ciudad a través
de la ventana. El aire era espeso, cargado de deseo contenido, de palabras no dichas que se deslizaban entre
las sombras.
Él se acercó lentamente, su aliento rozándole la nuca, haciéndola estremecer antes incluso de que la
tocara. Sus dedos, apenas un susurro sobre su piel, trazaron el camino desde su clavícula hasta la curva
de su espalda, deslizándose con una lentitud que era un tormento delicioso.
Ella cerró los ojos, entregándose al ritmo pausado de su exploración, a la manera en que sus labios
dibujaban un sendero de fuego sobre su cuello. La presión de sus manos sobre su cintura era firme,
posesiva, y cuando él la giró hacia sí, el mundo entero pareció detenerse en el instante en que sus bocas
se encontraron.
Era un beso sin prisa, profundo y embriagador, un choque de lenguas y jadeos que despertaban la piel,
que incendiaban el deseo hasta volverlo insoportable. Sus cuerpos se buscaron sin vergüenza, con la
urgencia de quienes han esperado demasiado.
La seda de su vestido resbaló sobre su piel, deslizándose hasta el suelo con un murmullo casi inaudible.
Bajo sus dedos, la piel de él era caliente, dura, vibrante de deseo.
—No tienes idea de cuánto te he deseado —susurró él contra su boca, su voz ronca de hambre
contenida.
Ella sonrió, rozando sus labios con los suyos, dejando que sus manos dibujaran el contorno de su torso.
—Entonces tócame como si lo supieras.
Y él lo hizo.
El calor de la noche se filtraba por la ventana abierta, envolviéndolos en un aire denso, cargado de deseo y de
electricidad contenida. Alex estaba contra la pared, atrapado entre el frío del concreto y el
calor del cuerpo de Samuel, que lo miraba con esos ojos oscuros y hambrientos.
—Dime que pare —susurró Samuel, sus labios apenas rozando la mandíbula de Alex.
Pero Alex no quería que se detuviera.
En respuesta, llevó una mano a la nuca de Samuel, entrelazando los dedos en su cabello y acercándolo
más. Sus bocas se encontraron en un beso lento, profundo, como si con cada roce quisieran devorarse.
Samuel gimió bajo su aliento cuando Alex mordió suavemente su labio inferior, y sus manos,
impacientes, se deslizaron bajo su camisa, recorriendo la piel con la urgencia de quien ha esperado
demasiado.
El tacto de Samuel era fuego recorriendo su cuerpo, quemando cada parte de él con la necesidad
de más. Más besos, más piel, más jadeos ahogados entre el roce de sus cuerpos.
—No tienes idea de cuánto he imaginado esto —susurró Samuel contra su cuello, dejando un camino
de besos ardientes que hacían temblar a Alex.
—Muéstramelo —respondió él, con la voz entrecortada, sujetando su rostro con ambas manos para
perderse otra vez en sus labios.
El mundo desapareció entre susurros y caricias. En esa habitación, solo existían ellos, atrapados en la
danza de la pasión que ya no podían contener.
Pecado entre sombras
La lluvia caía con fuerza contra las ventanas del hotel, convirtiendo la ciudad en un lienzo borroso de
luces y sombras. Dentro de la habitación, el aire estaba espeso, cargado de algo más que humedad: el
peso de la culpa, la adrenalina del riesgo, el fuego incontrolable del deseo prohibido.
Sus dedos temblaban cuando desabrochó su camisa, no de duda, sino de urgencia contenida. Ella lo
miró con ojos encendidos, atrapada entre la moral y la necesidad. Sabían que estaba mal, que no debían
estar allí, que el perfume de otro hombre aún permanecía en su piel, que el anillo en su mano brillaba
con una burla silenciosa.
Pero cuando él la tomó por la cintura y la pegó contra su cuerpo, todo pensamiento se esfumó.
—Dime que pare —murmuró contra su cuello, dejando un beso lento, venenoso, que la hizo cerrar los
ojos con un suspiro entrecortado.
Ella no dijo nada. Solo deslizó las manos bajo su camisa, sintiendo la piel caliente bajo sus dedos,
despojándolo de cualquier barrera entre ellos.
El primer beso fue un incendio. No hubo titubeos ni arrepentimientos, solo lenguas entrelazadas, bocas
hambrientas, cuerpos pegados en una batalla desesperada por más. Sus manos exploraban con ansias,
descubriendo, devorando, marcando con la certeza de que aquello nunca debería haber sucedido, pero
que, una vez comenzado, no podía detenerse.
—¿Sabes lo que estamos haciendo? —susurró él contra su boca, sin soltarla.
—Sí —respondió ella, con los labios hinchados y los ojos encendidos—. Y no me importa.
Las sábanas se enredaron entre sus cuerpos mientras el mundo desaparecía. Afuera, la lluvia seguía
cayendo, pero dentro de aquella habitación, solo existía el calor de su pecado.
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