BIENVENIDOS A MI PEQUEÑO ESPACIO PERSONAL💕




PASION ENTRE SABANAS
Bajo la penumbra de la habitación, sus manos se entrelazaron como dos almas ansiosas por descubrir el universo del otro. Los susurros de seducción pintaban el aire mientras él trazaba líneas imaginarias en su espalda, desvelando los secretos ocultos en cada pliegue de su ser. Ella, con sus labios, tejía promesas de fuego en la piel de su amante. Se deslizaron por el camino de la lujuria, explorando territorios prohibidos con la certeza de que el deseo no conoce fronteras. Cada caricia era un poema, cada beso una estrofa en la sinfonía del placer compartido. En la danza de sus cuerpos, descubrieron un idioma único, un dialecto de pasión que solo ellos entendían. El tiempo se dilataba, como si el universo conspirara a favor de su éxtasis. Cada instante era eterno, cada roce un capítulo en la historia que estaban escribiendo con sus cuerpos. Se sumergieron en el abismo del deseo, donde no existían más que ellos dos, rendidos a la magia de un amor sin restricciones. Al final, cuando el último gemido se desvaneció en el silencio, quedaron abrazados, envueltos en la serenidad que sigue a la tormenta. En esa habitación, impregnada de susurros y promesas, se selló un pacto de amor carnal, una historia que seguiría latiendo en las memorias de dos amantes que se encontraron en la oscuridad de la noche.



ESCAPE DE PLAYA👙🌴
Bajo el sol radiante de una playa colombiana, ella salió del mar con la sal en la piel. Se encontraron entre palmeras y música vallenata, compartiendo risas y miradas sugerentes. Decidieron alejarse de la multitud y buscaron refugio en la sombra de una palapa. Con el sonido del mar de fondo, sus cuerpos se acercaron con la urgencia del deseo. Se besaron con sabor a salitre, y las manos exploraron la calidez del otro bajo el sol implacable. La arena fue testigo cómplice de su encuentro apasionado, un rincón secreto en la costa caribeña. La pasión creció como el termómetro en un día caluroso. Se entregaron al vaivén de las olas y al calor tropical, dejando que la atmósfera ardiente de la playa colombiana guiara su éxtasis. Cuando el sol alcanzó su punto más alto, encontraron su propio refugio de amor en la arena dorada, un instante efímero pero eterno en el rincón paradisíaco que Colombia les regaló.



"Zaratustra habló muchas palabras al pueblo, diciendo: 'La alegría y la tristeza no son antagonistas, sino polos opuestos que danzan en el mismo ser. Como la flor se abre al sol y se cierra en la noche, así también vuestro cuerpo debe conocer la dicha y el dolor. La sensualidad es una celebración de la vida, una expresión de la voluntad de poder que fluye a través de cada fibra de vuestro ser. No temáis la danza de vuestros instintos; dejad que guíen vuestro ser hacia la plenitud'."
-Friedrich Nietzsche


"¡Escribe tu cuerpo! Yo escribo el cuerpo, cuando escribo, y tomo decisiones para mis placeres: escribo en primera mujer. Escribir: o yo misma o ella misma. Y yo o ella se dice: ¡no más ausencias! Deben acabar los términos, el método, las jerarquías, las historias, las filosofías. ¡No más antropología, señores, ya no somos el Otro! ¡Nada de Dios, nada de Mí mismo, nada de sus deseos, nada de sus miedos!"
- Hélène Cixous


"En una ciudad de ensueño, nos encontramos en la penumbra, y su abrazo era tan apasionado que parecía imposible que los cuerpos pudieran contenerlo. Sus manos recorrían mi piel como las olas acarician la playa, su boca buscaba la mía con una intensidad que desafiaba la realidad. En ese momento, éramos dos almas perdidas en el éxtasis, enredadas en una danza ardiente que nos elevaba más allá del tiempo y el espacio."
-Anaïs Nin
Ella, y yo
El hombre se levanta para buscar el paquete de tabaco. Le ofrece otro cigarrillo a la mujer, que le propone salir a la terraza para evitar que el humo se quede en la casa. Se sientan en las sillas de mimbre. El hombre cruza las piernas para sujetar el túper viejo que usan de cenicero y la mujer, tras encender el cigarrillo, extiende las piernas para apoyarlas en su regazo. Está a punto de volcar el túper. Él comienza a acariciarle el gemelo y le alza la pierna hasta que los dedos del pie, pintados de rojo y negro, se colocan al alcance de sus labios. Se salta el meñique, un puro burruño, y muerde el anular. Se mete el dedo corazón en la boca y lo aprisiona con la lengua. Repite la operación con el índice y, en el pulgar, se regodea reproduciendo con los labios, la lengua y los dientes todos los trucos que ella le hace a él. –Joder, me encanta –dice ella. –Lo sabía –responde él, masticando. –Es que me conoces mucho. –No. El otro día te dejaste una fantasía en el baño. –¿Una fantasía? –Erótica. No es la primera vez. Supongo que te diste una alegría con la ducha y, después, tuviste que salir corriendo. –Tenía una reunión. Lo siento. –No pasa nada. Tampoco es la primera vez –dice él, encogiéndose de hombros. La mujer quita las piernas del regazo del hombre y baja la cabeza antes de dar un par de caladas rápidas. El humo le envuelve la cabeza y el hombre agita encima de ella la mano que no sostiene el cigarrillo. Le dice que levante la cabeza para que el humo no se le quede en el pelo y la mujer le responde levantándose. –¿Qué hiciste? ¿La aprovechaste? –No pude. También tenía prisa y la archivé.
La mujer se atraganta con el humo y lanza una bocanada en morse. –La coloqué en “amateur, cunnilingus_,_ doggy_,_ footjob_, interracial,_ spit roast_,_ threesome_”._ –¿Interracial? ¿Threesome? –Sí, al final, un chico con barba y un pendiente en la oreja derecha. Hacía mucho que no tenías una fantasía así. –Hay un inglés que está haciendo una auditoría en marketing. –El otro era el de siempre. –Ya, intento pensar en otro, pero siempre acaba apareciendo Ryan Gosling. –Ése era el de los pies. –¿Y qué has dicho?, ¿toast? –Spit roast. Sexo oral durante la penetración. Estabas haciendo el perrito y llegaba el chico de marketing vestido de camarero. –No se me ocurría nada más. –Le pedías que se acercara y tú misma le bajabas los pantalones. –¿Y eso se llama spit roast_?_ –Todo tiene un nombre. También creo que el camarero te hacía un pile driver al final, pero estaba difuminado. Supongo que ahí fue cuando acabaste. –¿El qué? –Un sesenta y nueve a pulso. El hombre aplasta el cigarrillo en el túper y se levanta de la silla de mimbre. –¿La has vuelto a ver? –No, la tengo guardada, con las otras. Siempre lo pienso, pero nunca me da tiempo a verlas. A ver si un día vengo pronto de la oficina o el fin de semana cuando vayas al gimnasio. –Sí, el fin de semana. La mujer apaga el cigarrillo en el túper y le pide que entren porque comienza a quedarse destemplada.

“Una vez que una mujer te da la espalda, olvídala: te aman y de repente algo se da la vuelta. Te pueden ver muriéndote en una cuneta, atropellado por un coche y pasarán a tu lado escupiéndote.”

“Cuando una mujer sexy se encuentra con un ermitaño, uno de ellos cambiará.”

Cariño, encuentra lo que amas y deja que te mate. Deja que tome todo de ti. Deja que se suba a tu espalda y te haga bajar hacia la nada. Deja que te mate y que devore tus restos. Porque todo te matará y es mejor ser matado por algo que quieres.


Cass era la más joven y la más guapa de cinco hermanas. Cass era la chica más guapa de la ciudad. Medio india, con un cuerpo flexible y extraño, un cuerpo fiero y serpentino y ojos a juego. Cass era fuego móvil y fluido. Era como un espíritu embutido en una forma incapaz de contenerlo. Su pelo era negro y largo y sedoso y se movía y se retorcía igual que su cuerpo. Cass estaba siempre muy alegre o muy deprimida. Para ella no había término medio. Algunos decía que estaba loca. Lo decían los tontos. Los tontos no podían entender a Cass. A los hombres les parecía simplemente una maquina sexual y no se preocupaban de si estaba loca o no. Y Cass bailaba y coqueteaba y besaba a los hombres pero, salvo un caso o dos, cuando llegaba la hora de hacerlo, Cass se evadía de algún modo, los eludía. Sus hermanas la acusaban de desperdiciar su belleza, de no utilizar lo bastante su inteligencia, pero Cass poseía inteligencia y espíritu; pintaba, bailaba, cantaba, hacía objetos de arcilla, y cuando la gente estaba herida, en el espíritu o en la carne, a Cass le daba una pena tremenda. Su mente era distinta y nada más; sencillamente, no era práctica. Sus hermanas la envidiaban porque atraía a sus hombres, y andaban rabiosísimas porque creían que no las sacaba todo el partido posible. Tenía la costumbre de ser buena y amable con los feos; los hombres considerados guapos le repugnaban: "No tienen agallas -decía ella-. No tienen nervio. Confían siempre en sus orejitas perfectas y en sus narices torneadas... todo fachada y nada dentro..." Tenía un carácter rayando la locura; Un carácter que algunos calificaban de locura. Su padre había muerto del alcohol y su madre se había largado dejando solas a las chicas. Las chicas se fueron con una pariente que las metió en un colegio de monjas. El colegio había sido un lugar triste, más para Cass que para sus hermanas. Las chicas envidaban a Cass y Cass se peleó con casi todas. Tenía señales de cuchilladas por todo el brazo izquierdo, de defenderse en dos peleas. Tenía también una cicatriz imborrable que le cruzaba la mejilla izquierda; pero la cicatriz, en vez de disminuir su belleza, parecía por el contrarío, realzarla. Yo la conocí en el bar West End unas noches después de que la soltaran del convento. Al ser la más joven, fue la última hermana que soltaron. Sencillamente entró y se sentó a mi lado. Yo quizá sea el hombre más feo de la ciudad, y puede que esto tuviera algo que ver con el asunto. - ¿Tomas algo? - Claro, ¿Por qué no? No creo que hubiese nada especial en nuestra conversación esa noche, era sólo el sentimiento que Cass transmitía. Me había elegido y no había más. Ninguna presión, Le gustó la bebida y bebió mucho. No parecía tener edad, pero de todos modos le sirvieron. Quizás hubiese falsificado el carnet de identidad, no sé. En fin, lo cierto es que cada vez que volvía del retrete y se sentaba a mi lado yo sentía cierto orgullo. No sólo era la mujer más bella de la ciudad, sino también una de las más bellas que yo había visto en mi vida. Le eché el brazo a la cintura y la besé una vez. - ¿Crees que soy bonita?- preguntó. - Sé, desde luego. Pero hay algo más... algo más que tu apariencia... - La gente anda siempre acusándome de ser bonita. ¿Crees de veras que soy bonita? - Bonita no es la palabra, no te hace justicia. Buscó en su bolso. Creía que buscaba el pañuelo. Sacó un alfiler de sombrero muy largo. Antes de que pudiese impedírselo, se había atravesado la nariz con él, de lado a lado, justo sobre las ventanillas. Sentía repugnancia y horror. Ella me miró y se echó a reír. - ¿Crees ahora que soy bonita? ¿Qué piensas ahora, eh? Saqué el alfiler y puse mi pañuelo sobre la herida. Algunas personas, incluido el encargado, habían observado la escena. El encargado se acercó. -Mira -dijo a Cass-, si vuelves a hacer eso te echo. Aquí no necesitamos tus exhibiciones. - ¡Vete a la mierda, amigo! -dijo ella. - Será mejor que la controles -me dijo el encargado. - No te preocupes -dije yo. - Es mi nariz -dijo Cass-, puedo hacer lo que querrá con ella - No -dije-, a mí me duele. - ¿Quieres decir que te duele a ti cuando me clavo un alfiler en la nariz? - Sí, me duele, de veras. - De acuerdo, no lo volveré a hacer. Animo Me besó, pero como riéndose un poco en medio del beso y sin soltar el pañuelo de la nariz. Cuando cerraron nos fuimos a donde yo vivía. Tenía un poco de cerveza y nos sentamos a charlar. Fue entonces cuando pude apreciar que era una persona que rebosaba bondad y cariño. Se entregaba sin saberlo. Al mismo tiempo, retrocedía a zonas de descontrol e incoherencia. Esquizoide. Una esquizo hermosa y espiritual. Quizás algún hombre, algo acabase destruyéndola para siempre. Esperaba no ser yo. Nos fuimos a la cama y cuando apagué las luces me preguntó: - ¿Cuándo quieres hacerlo, ahora o por la mañana? - Por la mañana -dije, y me di la vuelta. Por la mañana me levanté, hice un par cafés y le llevé uno a la cama. Se echó a reír. - Eres el primer hombre que conozco que ha querido hacerlo por la noche. - No hay problema -dije-. En realidad no tenemos por que hacerlo. - No, espera, ahora quiero yo. Déjame que me refresque un poco. Se fue al baño. Salió enseguida, realmente maravillosa, largo pelo negro resplandeciente, ojos y labios resplandeciente, toda resplandor... Se desperezó sosegadamente, buena cosa. Se metió en la cama. - Ven, amor. Fui. Besaba con abandono, pero sin prisa. Dejé que mis manos recorriesen su cuerpo. Acariciasen su pelo. La monté. Su carne era cálida y prieta. Empecé a moverme despacio y queriendo que durara. Ella me miraba a los ojos. - ¿Cómo te llamas? -pregunté. - ¿Qué diablos importa? -preguntó ella. Solté una carcajada y seguí. Después se vistió y la llevé en coche al bar, pero era difícil olvidarla. Yo no trabajaba y dormí hasta las dos y luego me levanté y leí el periódico. Cuando estaba en la bañera, entro ella con una hoja: una oreja de elefante. - Sabía que estabas en la bañera -dijo-, así que te traje algo para tapar esa cosa, hijo de la naturaleza. Y me echó encima, en la bañera, la hoja de elefante. - ¿Cómo sabías que estaba en la bañera? - Lo sabía. Cass llegaba casi todos los días cuando yo estaba en la bañera. No era siempre la misma hora, pero raras veces fallaba, y traía la hoja de elefante. Y luego hacíamos el amor. Telefoneo una o dos noches y tuve que sacarla de la cárcel por borrachera y pelea pagando la fianza. - Esos hijos de puta - decía-, sólo porque te pagan unas copas creen que pueden echarte mano a las bragas. - La culpa la tienes tú por aceptar la copa - Yo creía que se interesaba por mí, no sólo por mi cuerpo. - A mí me interesas tú y tu cuerpo. Pero dudo que la mayoría de los hombres puedan ver más allá de tu cuerpo. Dejé la ciudad y estuve fuera seis meses, anduve vagabundeando; volví. No había olvidado a Cass ni un momento, pero habíamos tenido algún tipo de discusión y además yo tenía ganas de ponerme en marcha, y cuando volví pensé que se habría ido; pero no llevaba sentado treinta minutos en el West End cuando ella llegó y se sentó a mi lado. - Vaya, cabrón, has vuelto. Pedí un trago para ella. Luego la miré. Llevaba un vestido de cuello alto. Nuca la había visto así. Y debajo de cada ojo, clavado, llevaba un alfiler de cabeza de cristal. Sólo se podían ver las cabezas de los alfileres, pero los alfileres estaban clavados. - Maldita sea, aún sigues intentando destruir tu belleza.... - No, no seas tonto, es la moda. - Estas chiflada. - Te he echado de menos -dijo - ¿Hay otro? - No, no hay ninguno. Solo tú. Pero ahora hago la vida. Cobro diez billetes. Pero para ti es gratis. - Sácate esos alfileres. - No, es la moda. - Me hace muy desgraciado. - ¿Estás seguro? - Sí, mierda, estoy seguro. Se sacó lentamente los alfileres y los guardo en el bolso. - Porque la gente cree que es todo lo que tengo. La belleza no es nada. La belleza no permanece. No sabes la suerte que tienes siendo feo, porque si le agradas a alguien sabes que es por otra cosa. - Vale -dije-, tengo mucha suerte. - No quiero decir que seas feo. Sólo que la gente cree que lo eres. Tienes una cara fascinante. - Gracias. Tomamos otra copa. - ¿Qué andas haciendo? -preguntó. - Nada. No soy capaz de apegarme a nada. Nada me interesa. - A mí tampoco. Si fueses mujer podrías ser puta. - No creo que quisiera establecer un contacto tan íntimo con tantos extraños. Debe ser un fastidio. - Tienes razón, es fastidioso, todo es fastidioso Salimos juntos, por la calle, la gente aún miraba a Cass. Aún era una mujer hermosa, quizá más que nunca. Fuimos a casa y abrir una botella de vino y hablamos. A Cass y a mí, siempre nos era fácil hablar. Ella hablaba un rato yo escuchaba y luego hablaba yo. Nuestra conversación fluía fácil sin tensión. Era como si descubriésemos secretos juntos. Cuando descubríamos uno bueno, Cass se reía con aquella risa.. de aquella manera que sólo ella podía reírse. Era como el gozo del fuego. Y durante la charla nos besábamos y nos arrimábamos. Nos pusimos muy calientes y decidimos irnos a la cama. Fue entonces cuando Cass se quito aquel vestido del cuello alto y lo vi... Vi la mellada y horrible cicatriz que le cruzaba el cuello. Era grande y ancha. - Maldita sea, condenada, ¿Qué has hecho? -dije desde la cama - Lo intenté con una botella rota una noche. ¿Ya no te gusto? ¿Soy bonita aún? La arrastré a la cama y la besé. Me empujo y se echo a reír: - Algunos me pagan los diez y luego, cuando me desvisto no quieren hacerlo. Yo me quedo los diez. Es muy divertido. - Sí -dije-, no puedo parar de reír... Cass, zorra, te amo... deja de destruirte; eres la mujer con más vida que conozco. Volvimos a besarnos. Cass lloraba en silencio. Sentí las lágrimas. Sentí aquel pelo largo y negro tendido bajo mí como una bandera de muerte. Disfrutamos e hicimos un amor lento y sombrío y maravilloso. Por la mañana, Cass estaba levantada haciendo el desayuno. Parecía muy tranquila y feliz. Cantaba. Yo me quedé en la cama gozando su felicidad. Por fin, vino y me zarandeó. - ¡Arriba, cabrón! ¡Chapúzate con agua fría la cara y la polla y ven a disfrutar del banquete! Ese día la llevé en coche a la playa. No era un día de fiesta y aún no era verano, todo estaba espléndidamente desierto. Vagabundos playeros en andrajos dormían en la arena. Había otros sentados en bancos de piedra compartiendo una botella solitaria. Las gaviotas revoloteaban, estúpidas pero distraídas. Ancianas de setenta y ochenta, sentadas en los bancos, discutiendo ventas de fincas dejadas por maridos asesinados mucho tiempo atrás por la angustia y la estupidez de la supervivencia. Había paz en el aire y paseamos y estuvimos tumbados por allí y no hablamos muchos. Era agradable simplemente estar juntos. Compré bocadillos, patatas fritas y bebidas y nos sentamos a beber en la arena. Luego abracé a Cass y dormimos así abrazados un rato. Era mejor que hacer el amor. Era como fluir juntos sin tensión. Luego volvimos a casa en mi coche y preparé la cena. Después de cenar, sugerí a Cass en mi coche y preparé la cena. Después de cenar, sugerí a Cass que viviésemos juntos. Se quedó mucho rato mirándome y luego dijo lentamente "NO". La llevé de nuevo al bar, le pagué una copa y me fui. Al día siguiente, encontré un trabajo como empaquetador en una fabrica y trabajé todo lo que quedaba de semana. Estaba demasiado cansado para andar mucho por ahí, pero el viernes por la noche me acerqué al West End. Me senté y esperé a Cass. Pasaron horas. Cuando estaba ya bastante borracho, me dio el encargado. - Siento lo de tu amiga. - ¿El qué? -pregunté. - Lo siento. ¿No lo sabías? - No - Suicidio, la enterraron ayer - ¿Enterrada? -pregunté. Parecía como si fuese a aparecer en la puerta de un momento a otro. ¿Cómo podía haber muerto? - La enterraron las hermanas - ¿Un suicidio? ¿Cómo fue? - Se cortó el cuello. - Ya. Dame otro trago. Estuve bebiendo allí hasta que cerraron. Cass, la más bella de las cinco hermanas, la chica más guapa de la ciudad. Conseguí conducir hasta casa sin poder dejar de pensar que debería haber insistido en que se quedara conmigo en vez de aceptar aquel "NO". Todo en ella había indicado que le pasaba algo. Yo sencillamente había sido demasiado insensible, demasiado despreocupado. Me merecía mi muerte y la de ella. Era un perro. No, ¿Por qué acusar a los perros? Me levanté, busqué una botella de vino, bebí lúgubremente. Cass, la chica más guapa de la ciudad muerta a los veinte años. Fuera, alguien tocaba la bocina de un coche. Unos bocinazos escandalosos, persistentes. Dejé la botella y aullé "¡MALDITO SEAS, CONDENADO HIJO DE PUTA, CÁLLATE YA!". Y seguía avanzando la noche y yo nada podía hacer.

