Puedo ser tan dulce o ácida como quieras , mis ojos en ti son la magia del universo jugando a nuestro favor
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cuando miré a Val todavía escuchaba su voz, pero no movía los labios ni un ápice. Eran del rojo más intenso que había visto y parecían suaves y carnosos. Una mueca de decepción se había instalado en ellos, entonces reparé en sus ojos. El verde de sus iris era todavía más verde de lo habitual aquella noche. —He hecho lo mismo de siempre —me justifiqué, retirando la copa. En el borde estaba el rastro de sus labios—. Tres partes de tequila, dos de zumo de lima recién exprimido, una de Grand Marnier, hielo. Veinte segundos en la coctelera y listo para servir. Ella me miró como si le estuviera dando cualquier excusa. Solía poner esa expresión a menudo, y todas las veces me hacía preguntarme cómo sería borrársela con un beso. Desarmarla con mis labios contra los suyos, con mis caricias en su cuerpo… —Pero no sabía como siempre. Suspiré ante la derrota y fui a por el exprimidor, lista para preparar un nuevo Margarita, esta vez con la esperanza de que saliera mejor que el anterior. No podía quedar mal otra vez, llevaba años preparando cócteles. Val alargó el brazo por encima de la barra para detenerme. —Otro no. Tú ya sabes lo que quiero. No digas nada más y ponte manos a la obra. Mi clienta más fiel estaba siendo especialmente directa y dura aquella noche, y me asombraba tanto como me fascinaba. Mientras lavaba el exprimidor me fijé en su vestido rojo con escote de corazón. Contrastaba con su piel pálida de un modo excepcional. El acabado parecía de satén y acompañaba sus curvas hasta donde podía ver desde ese lado de la barra. Bajo la atenta mirada de Val, coloqué hielo en un vaso, vertí el tequila y luego el zumo de naranja que acababa de exprimir. Le di unas vueltas y, con suma concentración y lentitud, añadí el jarabe de granadina en el borde. Di un par de pasos hacia atrás para verlo con perspectiva. Había quedado perfecto: formaba un degradado desde la base naranja hasta la parte superior, que era rojiza. Lo tomé despacio y lo coloqué sobre la barra, procurando que no se mezclara más de lo debido. Val sonrió y ladeó la cabeza, curiosa por lo que le ofrecía. —Aquí está su Tequila Sunrise. —Parece vibrante —dijo—. Le pusieron un buen nombre, ciertamente recuerda a un amanecer. Agarró el vaso con sus dedos de uñas largas y rojas y lo llevó a sus labios. Cerró los ojos, acto seguido emitió un sonido de satisfacción. ¿Cómo me sentiría si emitiera aquel mismo gemidito si fuese yo quien se lo provocara con mis manos o con mi boca? —¿Ahora sí? —Casi. Estás cerca. Vamos, eres una experta en tequila, seguro que puedes darme algo mejor. Algo más especial. —medio susurró lo último y luego añadió—: Algo solo para mí. Val mantuvo el contacto visual más tiempo de lo que solía y, cuando apartó la mirada, me pareció que sus ojos caían en mis labios. Me congelé un instante, pero luego me di la vuelta y fui a por una botella que guardaba en la bodega mientras procesaba aquellos últimos segundos. ¿Había sido cosa mía o Val parecía querer… algo más? Rebusqué en la habitación oscura y pequeña en la que guardaba las bebidas hasta que di con lo que buscaba. Volví, y cuando miré la barra de nuevo Val estaba sobre ella. Se había sentado de lado y observaba interesada las botellas que había detrás. El neón rosa frambuesa se reflejaba en su piel y no me hizo falta leerlo para recordar lo que ponía: «Esta es tu noche». Ojalá fuera la mía. Dejé el tequila y, con la agilidad de siempre, corté una rodaja de limón y tomé un poco de sal para ponerla en un plato. Luego vertí el tequila en el vaso estándar para un chupito. —El tequila es originario de México, del pueblo que le da su nombre, Tequila, en el estado de Jalisco. Por eso tiene denominación de origen. Jalisco está lleno de plantaciones de agave azul, se cultiva durante varios años hasta que se cosecha —expliqué, añadiendo un poco más de contexto esta vez—. Esta es una botella especial que compré en uno de mis viajes a México, un tequila reposado, ha pasado doce meses en una barrica de roble. —¿Cómo se supone que tengo que tomarlo? Quizá deberías ayudarme con eso. —Primero bebes el chupito, después lames la sal y si quieres chupas el limón —Me lavé las manos mientras enumeraba los pasos—. La sal resalta el sabor del tequila y el limón lo equilibra. Antes de que hubiera terminado de hablar, Val se llevó el chupito a los labios y le dio un sorbo. Sus rizos rubios acompañaban cada ligero movimiento de cabeza y yo solo pensaba en enterrar mis manos allí y dirigir su boca a un lugar muy distinto. La miré, esperando su veredicto. —Es especial, pero no es solo para mí —Hizo un puchero y, desde su posición, agarró uno de los tirantes de mi chaleco, alentándome a que me subiera también a la barra. Relatos eróticos See Also EL PODER DE LA PALABRA – RELATO ERÓTICO Ella era la única que estaba bebiendo, pero yo era quien comenzaba a sentirse ebria. Hice lo que me pidió sin palabras, nuestros ojos conectaron de nuevo un momento. Estaba pasando. Los míos se reflejaban en los suyos y ardían de deseo. Me pregunté si Val tenía intenciones de acostarse conmigo y por ello había reservado la sala solo para ella esa noche. Dudaba que se repitiera aquella oportunidad, y yo la anhelaba tanto como ella descubrir un tequila que fuese único. Era ahora o nunca. Tomé el vaso que todavía sostenía y vertí un poco de tequila por mi escote. Val me observó extrañada al inicio, pero en cuanto comencé a desabrocharme los botones se acercó y lamió la piel recién descubierta y húmeda por el alcohol. Jadeé por el contacto, deseosa de más. Me deshice de todos los botones, mostré mi torso desnudo. Mis senos pequeños no necesitaban más que el chaleco para trabajar. Los miró, los miró como si los hubiera deseado durante mucho tiempo, y yo sentí que me movía al ralentí. Me recosté para seguir jugando con el tequila, así no bajaría tan rápido. Dejé caer un poco más del vaso mientras Val mordía la rodaja de limón, se formó un pequeño charco justo debajo de mis costillas. Ella se agachó, apartándose el pelo con mano, y trazó un camino con la punta de la lengua desde la cinturilla de mis pantalones hasta el tequila. Mordió bajo uno de mis pechos, arrancándome un gemido. —Estás deliciosa. Se acomodó mejor en la barra y yo aproveché mi posición para tomar su vestido y arrastrarlo hacia arriba. Ella me ayudó, hasta que quedó arremangado en sus caderas. Llevaba un tanga de encaje del mismo color que el vestido y, sin prisas, acerqué mis manos a la tela. Olía a su sexo y a ropa recién lavada. Acaricié primero el bordado que había sobre su Monte de Venus y luego bajé por el espacio que había entre sus piernas. Allí la tela estaba más húmeda. Llevé mis labios para que lamieran sobre el encaje y, solo cuando Val comenzó a gemir de forma desenfrenada, aparté el tanga y hundí mi boca. —Tú también estás deliciosa. Arrastré la lengua por sus pliegues, despacio y de manera superficial. Ella se dejó caer hacia atrás, y vi de soslayo cómo se bajaba el vestido para acariciarse los pechos. Sus uñas rojas atrapaban sus pezones y mis labios, con ganas de hacer lo mismo en su clítoris, exploraron su intimidad. Di con su centro, ya erecto, y lamí suave. Las caderas de Val se sumaron a aquel baile ardiente y desesperado. Se movía contra mi boca, tiraba de mi pelo, gemía fuerte. Noté que estaba cerca por cómo se arqueó su espalda y, por un momento, pareció que se le iba a caer el vaso de tequila. Cuando se dio cuenta lo miró, se lo terminó de un trago y se tumbó completamente sobre la barra. Llevé mi lengua a su entrada y mi pulgar se centró en su clítoris. Hice movimientos circulares con el dedo, mi lengua lamía alrededor y hacía el amago de entrar una vez tras otra. Casi cuando estaba toda dentro, las uñas de Val se clavaron en mi cuero cabelludo y me mantuvieron allí, pegada a su cuerpo, mientras la sentí tensarse toda. Gritó, dejándose llevar. Fue un orgasmo largo y liberador, acto seguido aflojó el agarre. Escalé por su cuerpo hasta llegar a su boca. Le permití probarse en el primer de los besos que compartíamos, y ella a mí que probara el tequila reposado durante doce meses. Ambos sabores crearon un maridaje divino en el que nos perdimos unos instantes. Sus labios eran tan carnosos como me lo había parecido, y conducían los besos con un magnetismo del que no podía escapar. —Este último cóctel sí que ha sido especial —murmuró. Apenas abrió los ojos mientras lo decía, pero sus manos se habían hundido bajo mi pantalón, y pronostiqué que mi degustación solo acababa de comenzar.
Todos los miércoles por la noche, cuando terminábamos de grabar, el set se convertía en algo completamente distinto para algunas de nosotras. Aquello había sucedido casi desde los inicios: cuatro años antes, cuando se comenzó a rodar aquella novela histórica de media tarde que se emitía a diario. Contra todo pronóstico, una historia de amor prohibida en plena posguerra conquistó a los televidentes y ya llevábamos cinco temporadas. Trabajar en aquel set y, en especial, en aquella novela, fue una de las grandes suertes de mi vida. Una conocida se enteró de que buscaban maquilladora para una cadena de televisión y les dio mi contacto. Desde entonces tenía un empleo estable que me encantaba. Además de disfrutar durante el día, también lo hacía en la oscuridad, cuando las luces se apagaban y ya no quedaba nadie en el plató. O casi nadie. Aquella noche estaba escondida en el mismo lugar en el que permanecía mientras grababan: detrás de escena. Frente a mí estaban las tres paredes que daban forma al dormitorio de los protagonistas de la serie: una estancia poco iluminada de paredes oscuras presidida por una cama y un cabecero tallado en color blanco. Como el rigor histórico no era una de las prioridades para la producción, el equipo de decorado había aprovechado para añadir sábanas de satén blanco y un espejo a uno de los lados de la cama que, había que reconocerlo, elevaban las escenas íntimas de la novela. Parecía que todo el set dormía, pero enseguida vi dos figuras que emergían de la penumbra. Una de ellas toqueteó uno de los aparatos del equipo de iluminación y, acto seguido, un fogonazo de luz por poco me deslumbra. Las dos chicas se sonrieron al reconocerse bajo la luz fría de aquel foco que usábamos para las escenas nocturnas, luego se miraron la una a la otra. Sus cuerpos esculturales estaban cubiertos por accesorios inusuales. La actriz protagonista llevaba un body negro semitransparente que le cubría de cintura para abajo. El resto de la prenda se estrechaba en una fina tira entre los senos al descubierto y le rodeaba el cuello como un collar. También vestía unas mangas del mismo tejido y unos ligueros que llegaban hasta sus tobillos. La otra chica, que hacía de confidente de la protagonista en la serie, llevaba el mismo atuendo, pero en color blanco. Lucían moños que recogían sus largas cabelleras morenas, maquillaje que resaltaba los ojos y pendientes a juego con sus bodies. Jamás las había visto tan sensuales, ni siquiera durante la grabación. A pesar de la distancia, en los ojos de las dos chicas se podía ver un deseo irrefrenable. Estaban haciendo tiempo, alargando el momento en el que, al fin, se acercarían. Mi corazón comenzó a latir más rápido al sentir también aquella espera, la forma en la que una recorría el cuerpo de la otra con la mirada. Me acomodé mejor en mi escondite, en el que permanecía sentada en el suelo. Separé las piernas y permití que mi mano viajara al sur con aquella escena. Se detuvo sobre mi intimidad y la leve presión a través de los vaqueros fue suficiente para obligarme a acallar un gemido. Las actrices fulminaron la distancia que las separaba y se besaron como si fuera la primera vez. Sabía que no lo era porque las había espiado antes, pero aun así disfruté de aquel beso apasionado y cargado de frenesí. Cayeron en la cama y sus cuerpos se enredaron sobre las sábanas blancas de satén. En la ficción, la personalidad de la protagonista era arrolladora y siempre se salía con la suya; pero, fuera de ella, la actriz que le daba vida era tímida e introvertida. Necesitó que la mujer del body blanco tomara las riendas: se sentó apoyada contra el cabecero de la cama y la atrajo al hueco que quedaba entre sus piernas. Se dijeron algo que no logré entender, y luego la actriz que encarnaba a la confidente la mandó callar. Parecía que la protagonista pedía permiso, pero la otra no se lo otorgaba. En su lugar, colocó la mano en su pecho para impedir que se acercara demasiado y, mientras la otra mano bajaba por su espalda en una suave caricia, la miraba desafiante. Entre ambas se había instaurado un juego de poder que me resultaba de lo más excitante. Sentía cómo mi ropa interior comenzaba a humedecerse ante aquella escena, que despertaba todos y cada uno de los fetiches que tanto me esforzaba por mantener a raya.
Todas conocíamos el acuerdo: el set tan solo cobraría vida para nosotras los miércoles por la noche y, todo lo que ocurriera entre aquellas tres paredes, allí debería permanecer. Aun así, desde que nos despedíamos las madrugadas de los jueves hasta el miércoles siguiente en el plató se quedaba un aire denso y una tensión que casi podía palpar cada vez que nos cruzábamos. Aprovechaba las sesiones de maquillaje para rozarme un poco más, sonreír un poco más, hablar un poco más. La actriz que hacía de confidente me seguía el juego con una mirada retadora tras las pestañas recién rizadas, mientras que la protagonista se sonrojaba y se mordía el labio por mi atrevimiento. Tan pronto como me sintieron acercarme sus ojos se clavaron en mí. La dominante se relamió los labios, la sumisa se limitó a sonreír. Sabían que prefería comenzar solo mirando y, como amantes de su profesión que eran, siempre preparaban un pequeño número para que lo observara desde lejos hasta que estuviera lista para unirme. Me senté al borde de la cama, acariciando un mechón juguetón que acababa de desprenderse del moño de la protagonista. —Te esperábamos, querida. —Su voz sonaba distinta a la que usaba en plató y también fuera de cámaras. La reservaba para nosotras—. Aquí… Tomó mi mano y la llevó al trasero de la protagonista. Lo acaricié, delineando con mis dedos la silueta de la mano que todavía cubría su piel. La chica gimoteó levemente. —¿Ves? Quiere más —me aseguró la dominante, y sus ojos se clavaron en los míos—. Deberíamos darle un azote por cada orgasmo que ha tenido esta semana sin nosotras. ¿Cuántos han sido, cielo? La de body negro susurró algo ininteligible y la otra le tomó la barbilla. —Más alto. —Nue… nueve —confesó. —Dos más que la semana pasada —aporté con una seriedad fingida. Aproveché que el espejo me mostraba una panorámica perfecta del trasero de nuestra víctima y arrastré las uñas por su piel. Ella liberó un quejido, luego se removió con los ojos cerrados. La forma en que sus dientes atrapaban su labio inferior, un gesto muy característico en ella, revelaba que estaba disfrutando tanto como nosotras. Levanté la mano y la azoté, dejando una nueva marca en sus nalgas. Ella liberó un pequeño grito, suficiente para que la otra chica le mandara callar con un siseo. —Solo llevamos dos, querida, ¿cómo vas a aguantar los siete que faltan? Sus palabras, junto con la escena que tenía frente a mí, hacían mella en mi cuerpo. A esas alturas la ropa interior se sentía como una prisión. Llevé las manos a mi espalda y, en cuanto se dio cuenta, ella me ayudó. Desabrochó el cierre del sujetador de encaje burdeos, dejó que cayera en la cama. Lo lancé al suelo, lejos, porque no quería que nada más interfiriera entre nosotras tres. Aproveché la distracción de la protagonista para volver a azotarla, esta vez aplicando algo más de fuerza. Jadeé. Mantuve mi mano sobre su piel todavía caliente por el impacto. —Aprendes muy muy rápido —me dijo la dominante antes de darle a la otra chica un azote doble que tampoco esperó—. Ya, ya… solo quedan cuatro. Para esos te vas a sentar en mi muslo, ¿quieres? Relatos eróticos See Also RELATOS ERO: MASTURBACIÓN MASCULINA – RELATOS ERÓTICOS CORTOS Ella asintió y se apresuró para colocarse allí antes de que cambiara de opinión. Se balanceó sobre su pierna, cerró los ojos otra vez. Se dejaba llevar por el placer del contacto que, incluso a través del body, contrastaba con los azotes que todavía ardían en su piel. Aproveché uno de los vaivenes para azotarla de nuevo y, acto seguido, mis ojos buscaron la aprobación de la confidente. Asintió, complacida, y yo sonreí orgullosa. —Tú también, ven aquí —me ordenó—. Pero quítate las bragas. Cualquier cosa que me decía se clavaba como un aguijón en mi centro, sin la más mínima intención de soltarse. Notaba mi clítoris duro e hinchado bajo la ropa y pude confirmarlo al deslizar la prenda por mi cuerpo. Me acaricié un poco, llevé parte de la humedad de mi entrada allí y, tras desabrochar el liguero, me senté a horcajadas en su otro muslo. Su piel era suave y estaba caliente. Comprendí enseguida por qué la protagonista se movía sin cesar: el roce firme de la pierna de la dominante era muy estimulante, pero, al mismo tiempo, nos permitía controlar nuestro placer con nuestro propio cuerpo. Mi mirada se perdió en los ojos azules de la chica de body blanco, tanto fue así que tan solo me enteré del séptimo azote por el impacto contra las nalgas de la del body negro. Aquella cuenta a base de azotes parecía ir guiándonos a las tres hacia el orgasmo. Cuantos más se acumulaban más cerca me sentía de culminar todo aquello: el espionaje, tocarme mientras miraba, los ojos y la voz de la dominante, las reacciones provocadoras de su compañera. El octavo se lo di yo, embriagada por la falsa sensación de poder que me había concedido la chica que nos controlaba a ambas. Sentía el sudor bajándome por la espalda mientras mis caderas se movían sobre su muslo con vehemencia. Solo quedaba un azote y, a pesar de que bajé el ritmo, mi placer estaba por desbordarse. Traté de contenerlo, pero mi anatomía fue por libre y se desbocó. Las manos de la dominante acompañaron nuestras embestidas, la mía se hundió en el sexo de ella, y los gemidos de unas se fundieron con los de la otra. El clímax me azotó raudo justo cuando oí el último de los azotes. La protagonista gimoteó mientras me deshacía por dentro y lo humedecía todo por fuera. Una sensación de serenidad se apoderó de mí y me dejó con la mente en blanco unos segundos. Pero pronto me pareció oír la voz de quien mandaba: yo me había librado de los azotes, pero solo por esta noche.
La noche se desliza suavemente por la ventana, oscureciendo la mesa de trabajo de Anabel, cuyos pensamientos ardían como una vela encendida en la oscuridad. Apasionada escritora, se enfrentaba a la creación de su relato, como una tejedora de sueños que entrelaza hilos de deseo entre palabras… Las teclas de su portátil tintineaban como las notas de una melodía secreta, femenina, una sinfonía de palabras que fluían con la gracia de un río incontenible, llevándola a través de un viaje sensorial. Carina, la protagonista de su historia, comenzaba su travesía por un universo de emociones nuevas, como una navegante solitaria en aguas desconocidas, desafiando corrientes de miedo y nerviosismo. Sus experiencias anteriores, siempre con hombres, habían sido como estaciones en un viaje por lo heteronormativo, pero ahora sentía que estaba dispuesta a explorar un territorio desconocido. En este mundo imparable de palabras, en cada línea, en cada página que escribía Anabel, el deseo se alimentaba de la ternura, la pasión y algo de pudor, como una danza poética en primavera. La seducción se convierte en una coreografía sutil, infinita, un juego entre las miradas, caricias de intención y deseo y promesas silenciosas que flotaban en el aire como hojas llevadas por el viento suave e intenso. Las caricias del aliento de sus labios son susurros de complicidad, igual que esas hojas que susurran secretos al viento. Una vez más, el día da paso a la noche, una noche estrellada que se convierte de nuevo en testigo de la pasión, en cómplice de un nuevo encuentro furtivo entre aquellas dos mujeres, Carina y aquella mujer misteriosa de la que no conocía el nombre y, sin embargo, cerraba sus ojos y podía dibujar cada pliegue de su piel, cada movimiento de su cuerpo, dejándose llevar por la pasión, como un lienzo estelar pintado con pinceladas de algo que tal vez podría llamarse amor. La trama se tejía con delicadeza, palabras de amor, matices de intimidad. Una imagen que captura destellos de luz en cada reflejo, creando una sinfonía de emociones compartidas. «¿Y cómo te llamas?», le preguntó Carina, mientras ella se alejaba envuelta en un halo de pasión, en esa melena de fuego, mariposa tímida que se aventura a explorar un jardín desconocido. «Julia», le dijo sin apenas girarse, sabiendo y sintiendo el deseo de Carina en su piel, como un eco que resuena en el silencio de la noche, como el halo de aroma a tarta de manzana y canela recién horneada. En este vaivén entre silencios y palabras, entre realidad e imaginación, cada encuentro se convertía en un rico paréntesis de pasión y complicidad, Carina y Julia, Julia y Carina, formas y pieles que terminan confundiéndose en la imaginación y la fantasía de Anabel, como las estaciones en un viaje interno. Carina y Julia se convertían en cómplices misteriosas, dos conspiradoras que comparten un secreto sagrado albergado en las cavidades de su cuerpo de mujer. Anabel describe con maestría cada encuentro, cada cita piel a piel, tal como una pintora plasma paisajes emocionales en un lienzo libre, blanco. Sin darse cuenta, Anabel, no podía dejar de escribir, llenando páginas y páginas de sensualidad sugerente, respetuosa y sincera, como un perfume que impregna el aire y despierta todos los sentidos. Un baile entre lo explícito y lo imaginado, como una danza que se desliza entre la realidad y el deseo, cruzando la suave y sedosa línea entre la fantasía y el deseo. Página 33. En ocasiones, Julia, atrevida buscadora del deseo, proponía a su compañera de sábanas de pasión compartir uno de esos objetos de placer que complementan la experiencia haciéndola única, vibrante e infinita, como un detalle que realza la belleza de un cuadro sin ser la protagonista. Ambas mujeres se desnudan de dentro afuera, el cuerpo es solo un territorio, el alma es la unidad. Cada encuentro es más pleno que el anterior, elevando las sensaciones de las amantes, llevándolas a descubrir un gozo nuevo y exquisito, sin fin, como un manantial que fluye en un oasis escondido. Es aquí donde la línea entre la fantasía y la realidad se desdibuja, igual que un paisaje que se difumina en la distancia, creando un lienzo donde la dualidad de emociones se entrelazan, como colores que se mezclan en una paleta artística. Cada pulsación del teclado suena en Anabel como un vivo latido compartido entre la autora y las amantes de sus páginas, cada pausa, un respiro de deseo para seguir tecleando la historia, como el compás de un corazón que late al unísono y en expansión con el universo. Las líneas se llenan de palabras ordenadas de forma natural, palabras femeninas, palabras de una sensualidad sugerente, un baile entre lo explícito y lo imaginado, como una sinfonía que se compone en el silencio de la noche. Las conexiones emocionales son la columna vertebral de cada relato, celebrando la belleza de las experiencias humanas que trascienden lo físico, como un canto que eleva el espíritu. El aroma a tinta virtual impregnaba el aire mientras Anabel continuaba plasmando la historia en su pantalla, como una alquimista que mezcla ingredientes para crear una poción mágica. La travesía de Julia se convertía en un viaje compartido, una exploración que llevaba a ambas mujeres a descubrir nuevas dimensiones de la intimidad y el placer, como exploradoras que desentrañan los secretos de una tierra inexplorada. Y en este universo de palabras, la sensualidad se manifestaba en cada giro de frase, cada pausa, cada punto suspensivo es una invitación a la lectora a imaginar, a participar en la escena, a cambiar el destino de las siguientes palabras que son creadoras de pasión. Y cada línea, como un susurro que acaricia la piel, invitando a sumergirse en la pasión que habita en esas las páginas y dejando espacios de silencio,THE TEACHER Having an affair with my former English teacher and my daughter's current teacher had been surprising, inevitable... and very pleasant. Charlotte was sexy, kind, intelligent and she had a shy streak that drove me crazy from the first time I saw her in the adult classes. Now that we knew each other well enough, the blushing and babbling had disappeared, which is why playing at being almost strangers was so exciting to me. That challenge had been something between both of us, like the bet: would we be able to pretend that we barely knew each other? I thought so, she was sure that we couldn't overcome the desire to feel our bodies from the beginning. However, now that she was there she realized that, perhaps, Charlotte was right. The memory of two nights ago, when I went to bring him dinner at the office and we ended up doing it on the table, destroyed my intentions of enjoying a slow cooker on this occasion. I wanted her now, and no matter how much I tried to convince my body that slow burn, as she called it, could be very stimulating, but I needed her now. The book the teacher was looking for seemed to have vanished, although it no longer mattered. Maybe it didn't even exist. Charlotte's hands were no longer groping on the bookshelf, but rather held firmly on the desk, gripped by the tension between them. I didn't need to see her face to know that her eyes were closed, and that heavy breathing was a sign that her excitement was growing by the minute. I took her by the waist so that we were face to face and I looked into her eyes for a few moments. They were a color I had only seen once: on a trip to the Aegean Sea. I looked down at her lips, which were parted and looked as juicy as ever. I brought my hand to the bottom of hers, letting my fingertips caress it gently. He moaned, and I plunged my index finger into her mouth. The teacher transformed her sweet gaze into a more challenging one as she caught my finger in her mouth. She sucked it, she sucked it and challenged me without even saying a word. She then grabbed my wrists, ready to take control, but I was quicker and held her hips. I made her sit on the table and, in one quick movement, raised her skirt to her waist. Her panties were white lace. Although I loved that garment, I quickly put it aside. Anticipation consumed me with every passing second, as if we were wasting precious time. So my fingers, daring, slid through her wet folds and we moaned at the same time. Her for the contact, me for knowing that she was responsible for her arousal. She was practically slipping between her legs and Charlotte's hands encouraged me to explore more by digging her nails into my shoulders. I caressed her clitoris insistently with small flutters. First soft, then more intense, until I felt how that organ only meant for pleasure hardened between my fingers. That was what he had wanted all day. The sound of an alarm interrupted us and the teacher hurried to turn it off on her smart watch. She snorted. We looked at each other with her labored breathing, she immediately left a quick kiss on my lips before telling me: —Five minutes. "I can do it in five minutes," I assured him. Other times she had done it in less time. Still with Charlotte's eyes locked on mine, I sank two of my fingers inside her. I could see her eyes narrow and her mouth open as she let out a guttural moan. I curved index and middle fingers inside her, letting them stimulate her in small waves, as I knew she liked best. She wrapped her legs around my waist to bring me closer to her anatomy and I dropped my body weight against her hand to get deeper penetration. I used my hips to thrust into her again and again, without forgetting that movement that seemed to melt her inside her, like she melted me just by looking at me. She continued doing it as if in defiance, while I felt her wetter with each passing moment, her clitoris swollen against my thumb. The frequency of her moans told me how close she was to her, and I took that as a reference. I increased her speed and penetrated her deeper, until I kept my fingers inside her and let them search for the exact spot that would make her orgasm. I knew it as well as the city I grew up in. Charlotte rested her head on my shoulder and bit my earlobe as what felt like a strong climax of hers coursed through her. She tensed completely, inside and out, and then, suddenly, she relaxed. She let the pleasure wash over her and relaxed his grip on her legs. Her limbs were shaking and she was panting as if she had just run the longest marathon of her life.
A security guard at the Rijksmuseum in Amsterdam befriends a new employee with whom she will share her work nights. Don't miss this story, written by Thais Duhtie. Continue below... Lesbian stories THE NIGHT WATCH (1): THE MUSEUM WATCHMAN The sound of the employee access door closing made me sigh with relief, like every afternoon. At that time, in Amsterdam, it would get dark before the museum closed its doors to visitors and the building was plunged into darkness. Only the emergency lights barely provided any light and, along with my flashlight, they were all the company I used to have until the shift change. Working as a night watchman was not my dream job, but working at the Rijksmuseum was something different. My father's voice still resonated in my mind, more than ten years after telling him that he wanted to study Fine Arts, with that "Choose something more practical." My passion for art was forcibly diluted over time, while I tried possible professions to earn a living without deciding on any. The need to pay my expenses led me to stay with the option that seemed calmer. And yes, it certainly was. Or, at least, it had been at the beginning, when I spent the hours of my shift walking through the dark rooms, attentive to the slightest noise; but the museum remained in a dead silence. He didn't even have contact with the other security guard, the one in the camera room. Over time, I learned to navigate the eighty galleries and recognize the works of art, and whenever I could, I borrowed a book about the museum from the gift shop and sat in front of the paintings to reveal their mysteries. However, the tranquility was replaced by something even better when a new camera room guard entered. We had never met face to face, but every night we had long conversations over the walkie. First to get bored less, then to get to know each other better and now to try to discover where this was going. Katja attracted me like no one had in years and what had once been long nights at work had turned into dates in front of the most iconic works of Dutch art where time flew by. When my shift ended, I wanted it to be five in the afternoon again so I could continue talking to her and get lost in her soft, calm voice, which made me fall in love with her and excite me in equal measure. The spell ended when the replacement arrived and we left the museum through different entrances. "We're alone," Katja confirmed from the walkie. Flora from maintenance has already left with her bike, I saw it on camera. I sighed, not knowing what to say yet, and then realized how nervous she was. Not even during the job interview to enter the Rijksmuseum had my heart beat that fast. Around me, frescoes that told the Dutch story; At my feet, a mosaic with the four elements and the four seasons. It still seemed incredible to me to be able to step on that. "Well, we started the night well..." she said, and I could recognize the sound of the keyboard. Can you go to the Night Watch gallery? I see something strange. Be careful. I ignored the stained glass windows of the great hall, which that night seemed illuminated by the light of the full moon, and crossed the Gallery of Honor with silent but quick steps. Before reaching the room, I saw something flickering in one of the corners. The painting, behind a huge fish tank, lit up at times. —I think it's a cell phone. —I approached stealthily and confirmed my suspicions when I saw how the alarm made it vibrate—. Someone must have lost it. Then I take it to lost and found. —I put the device in my pocket. "Thank goodness," she whispered, and her voice suddenly changed. Don't you find it ironic that the first strange event since I've worked here took place in this room? You know, The Night Watch, while you and I do the night watch. "It is." I paused to gather the confidence I never felt and steeled myself. And you know what's ironic too? That we haven't seen each other yet. —You are very insistent. -When I Want. -OK. -OK? —Okay, but I want something first. I want to see more of you. I stared at the gallery camera, which was flashing red. I giggled, half defiant, half hesitant, and thought about how that night could end: making faces, or kissing, maybe... —Follow me while I show you my world. —How do you want me to follow you? —With the cameras. I retraced my steps through the Gallery of Honor and stopped in front of the landscape of a river with some men on horses. But it was not that painting that interested me. I turned right and pointed to the work in front of me. —Asselijn's threatened swan. —I released the top button of my white shirt, revealing an off-white bra—. Oil on canvas. A swan defends itself against a dog. It's life size, did you know that?
Necesito tus caricias porque sufro de un deseo incontrolable de dulzura. Anhelo tus tiernos besos porque tus labios me hacen olvidar todo. Deseo tu toque porque me permite congelar el tiempo. Tus manos acariciadoras son el primer paso de un viaje divino. Tus mimos son como una droga para mí… ¡Soy adicta!
Cuando te reencuentras con tu primer amor, la imaginación echa a volar. ¿Qué hubiera pasado si continuaseis juntos? Si hubierais tenido ocasión, ¿os habríais desfogado el uno con el otro? Hay quien dice que las cuentas pendientes siempre acaban saldándose, de una forma un otra, así que en este relato erótico te proponemos imaginar como sería esa aventura amorosa con el chico que tanto te gustó en la juventud.
A witch should never be afraid in the darkest forest because she should be sure in her soul that the most terrifying thing in the forest was her
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According to stories, a witch is usually ugly and terrifying; However, there are a few that make the exception. Dozens of sorceresses, who have committed their misdeeds in the Seventh Art, have provoked the sighs of knights and even the envy of certain women.
Todas estas cosas de brujería provienen de la pasión carnal, que es insaciable en estas mujeres. Como dice el libro de los Proverbios: hay tres cosas insaciables y cuatro que jamás dicen bastante: el infierno, el seno estéril, la tierra que el agua no puede saciar, el fuego que nunca dice bastante. Para nosotros aquí: la boca de la vulva. De aquí que, para satisfacer sus pasiones, se entreguen a los demonios. Podrían decirse más cosas, pero para quien es inteligente, parece bastante para entender que no hay nada de sorprendente en que entre las mujeres haya más brujas que entre los hombres. En consecuencia, se llama a esta herejía no de los brujos, sino de las brujas.
En la garganta de las hadas había una hada que tubo un niño que no podía amamantar, y lo llevó a una mujer de Granollers de Rocacorba que había criado a una niña. En señal de gratitud, la hada le dio una falda de salvado. La mujer, despreciando aquel presente, porque de salvado ya tenía en casa, lo lanzó a la fuente de Pedret. Cuando llegó a casa, se dió cuenta que en su falda todavía le quedaban algunas migas pero que brillaban con fuerza. Lo que le había dado la hada en realidad había sido oro.
Según los cuentos, una bruja suele ser fea y aterradora; sin embargo, hay unas cuantas que hacen la excepción. Decenas de hechiceras, que han hecho sus fechorías en el Séptimo Arte, han provocado los suspiros de los caballeros y hasta la envidia de ciertas mujeres.
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