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Te invito a divertirnos y que juntos podamos descubrir cosas maravillosas
Algunos meses antes de casarnos, mi futuro suegro nos invita a su casa a pasar un fin con ellos y organiza una pequeña reunión para anunciar nuestro compromiso. Durante la reunión todo estuvo de maravilla, los parientes e invitados se comportaron de lo más amables y cariñosos, se veían felices por nuestro compromiso, ya que deseaban ver a su bebé ya casado. Mi futuro esposo tomo de más y ya entrada la noche se retiró a dormir. Yo me quede con mis suegros y unos pocos invitados un poco más tiempo. Al poco, solo nos quedamos mi suegro y yo solos platicando en la sala. Entonces, mi suegro me empezó a hablar ya más serio y un poco amenazante, lo que me hizo sentir un poco incomoda, ya que habían estado de lo más amables hasta ese momento. Yo quería ya retirarme a mi habitación, pero él no me lo permitió. ~ Eres una zorra muy linda y por lo que veo también estas muy buena bebé ~ Me decía ya muy descaradamente, se notaba que estaba muy tomado. ~ Necesito que me prometas que vas a hacer muy feliz a mi hijo ~ ~ Por supuesto, se lo prometo, nosotros nos queremos mucho, no hace falta que se lo diga, usted bien sabe ~ replicaba yo bastante molesta. ~ Sé que se quieren, eso me consta, pero no me refiero a eso, me refiero a que lo hagas feliz en la cama ~ ~ Por eso es que necesito que me lo demuestres~ ~ ¿Cómo dice?, ¿Acaso se volvió loco? ¿Cómo le voy a demostrar eso? ~ le reclamaba yo ya muy molesta ante esa clase de insinuaciones.
Entonces, se levantó y se paró frente a mí y sin decir palabra, me tiro tremenda bofetada que me recostó en el sofá toda descontrolada. Así me quede unos instantes tratando de reponerme de la sorpresa y del dolor. Antes de que lograra reponerme, me saco los calzones y me empezó a meter mano entre las piernas, al tiempo que se la sacaba y me la daba a chupar a fuerza. Yo le tuve que obedecer por temor a que me siguiera golpeando. Así que se la tomé con las dos manos y le empecé a chupar. No tuve más que reconocer el enorme tamaño de su tremenda verga, grande, gruesa, tal como me gustan. Así que empecé a tomarle el gusto y me puse a darle unas chupadas de lo más cachondas. Su enorme verga sabia deliciosa. Me estaba gustando más de lo que yo hubiera deseado. Y la manera en que me metía los dedos en el sexo, ya me tenían a punto. Al poco, ya sentía una tremenda excitación y mis jugos empezaron a salirse.
El hombre se dio cuenta enseguida y empezó a frotarme más rápido, lubricándome también el culo con mis propios jugos. Yo ya estaba a mil, jadeando, gimiendo y suspirando. Ese desgraciado ya me había puesto súper excitada. Había ya llegado yo a ese punto donde no hay retorno y ya todo te vale madre. ~ Lo sabía~ decía triunfante. ~ Eres una puta zorra, ya estás bien caliente~ Yo me apresuraba a chupársela más y más rápido deseando ya tenerla dentro. El hombre no me hizo esperar demasiado. Se dio cuenta de mi mirada suplicante y de cómo habría yo las piernas ofreciéndome descaradamente. Se montó sobre mí y me la dejo ir sin ninguna consideración, me la metió todita hasta el fondo haciendo que soltara gemidos de placer y excitación. Yo enseguida le at las caderas con mis piernas jalándolo hacia mí para sentirlo más y me abrace fuertemente a él. Me empezó a besar las tetas y chupar los pezones al tiempo que me arremetía fuertemente durante algunos minutos. Así estuvo un rato dándome tan tremenda cogida que me hizo soltar mis jugosa de una manera casi incontrolable, sacándome orgasmos abundantes y prolongados. Yo abrazada a él, me movía desesperada y me convulsionaba ante cada espasmo. Me hizo darme una venida increíble, que muy pocos habían conseguido. Así nos quedamos abrazados, el encima de mí con su gran verga teniéndome todavía trabada, los dos jadeando, tratando de reponernos. Al poco y para mi sorpresa, ya que pensaba que él también ya se había terminado, me puso de a perrita y colocándose detrás de mí, me atrapo de las caderas y me la empezó a meter por el culo poco a poco. Yo me retorcía de dolor, placer y lujuria. Así que empecé a mover el culo para permitirle la entrada. El hombre me jalaba hacia él y me penetraba cada vez más y más profundo. Yo hasta rechinaba los dientes de dolor, pero era tal la calentura que me aguantaba lo más que podía. A veces me dolía tanto que yo me la sacaba de un rápido movimiento, pero el enseguida me lubricaba más con mis propios jugos, me la volvía a colocar en la entrada y la metía más y más fuerte. Yo estaba hasta las lágrimas, pero el hombre no se compadecía. Su enorme verga me lastimaba demasiado. Así durante un rato, hasta que finalmente logro metérmela toda. Entonces empezó a cogerme con movimiento más rápidos haciendo rebotar sus bolas calientes contra mis nalgas. Al poco ya me tenía como una perra en brama, moviéndole el culo a mi macho para que supiera que ya era suya, que ya me tenía a su merced y que inevitablemente, a partir de ese momento yo me le entregaría completamente y haría su voluntad. Pero la prueba no terminaría ahí. El desgraciado (para mi fortuna), me entrego a otros hombres para que probara yo mi capacidad para hacer feliz a mi futuro marido. Así que me dio a coger con otros más, entre parientes y amigos para que nadie dudara que yo podría hacer feliz a su bebé. Así que, antes de la boda y por supuesto mucho después también, me la pase cogiendo de lo más a gusto con todos esos hombres. Sé que mi futuro suegro no lo había planeado así, ni siquiera se lo había imaginado, pero luego de esa tremenda cogida que me dio, me hizo su puta sin querer. Me convertí en su esclava sumisa, disponible para él, las veces que me quisiera coger, yo estaría para él. Y sucedió que me siguió cogiendo durante varios meses más, la noche de bodas me le entregue primero a él y luego a mi esposo. Y así durante bastante tiempo mas. El hombre me daba unas cogidas increíbles y me sacaba tremendos orgasmos abundantes, el sueño de cualquier mujer. Finalmente, no solo hice feliz a mi marido, sino que también a casi todos los hombres de su familia y algunos otros más. FIN.
La habitación, envuelta en una penumbra suave, se convierte en el escenario donde los límites entre la vigilia y el sueño se desdibujan. Las cortinas apenas dejan filtrar la luz de la luna, creando un halo plateado que acaricia las formas de mi figura esbelta y sugestiva. En la quietud de la noche, los muebles adquieren contornos difusos, y solo los detalles más íntimos se revelan. Mi cuerpo reposa sobre las sábanas, desnudo y vulnerable ante los susurros del éter. La piel, cálida y satinada, se convierte en un lienzo para los caprichos de la imaginación que se avecina. Mi cabello, suelto y ligeramente revuelto, enmarca mi rostro en un halo oscuro, añadiendo un toque de misterio a la escena. A mi alrededor, el aire vibra con una energía peculiar, como si la misma esencia de la sensualidad estuviera impregnando cada rincón. Las sombras danzan en complicidad con los suspiros de la noche, tejiendo un velo de seducción que envuelve mi ser mientras me entrego al sueño profundo. Las sábanas acarician mi piel con su suavidad, revelando la curva de mi figura y sugiriendo la promesa de placer en cada pliegue. No hay atuendo que limite la exploración de los sentidos; mi desnudez se convierte en la paleta donde los matices del deseo se despliegan con total libertad. La habitación, antes un refugio cotidiano, se transforma en el escenario de una fantasía que solo la noche puede orquestar.
La luna, cómplice silenciosa, proyecta su luz tenue sobre mi cuerpo, resaltando los detalles más íntimos y creando un juego de sombras que avivan la llama del deseo. En este estado de entrega al onirismo, la realidad se disuelve, y el sueño se convierte en un lienzo donde los deseos más profundos toman forma. La atmósfera, cargada de misterio, invita a la exploración de lo invisible, donde los límites entre lo tangible y lo etéreo se desvanecen en la oscuridad seductora de la noche. En el silencio cómplice de la habitación, la presencia etérea comienza a manifestarse. Mis sentidos, agudizados por la expectación, captan los primeros susurros del misterioso amante invisible. Una ráfaga de aire tibio acaricia mi piel, anunciando su llegada con la delicadeza de una caricia furtiva. Mis párpados, aún cerrados en el sueño, sienten la proximidad de su aliento. Susurra palabras cargadas de deseo, palabras que resuenan en la atmósfera cargada de sensualidad. Mis manos, guiadas por la intuición, se elevan para encontrar la presencia que se materializa en la neblina de los sueños. Sus labios, apenas tangibles, buscan los míos en una danza efímera que desafía las leyes de lo corpóreo. Cierro los ojos con fuerza, permitiendo que el éxtasis de lo invisible me envuelva. Los contornos de su cuerpo, difuminados pero intensos, se funden con los míos en una fusión de placer que trasciende la realidad tangible. El aliento cálido del amante invisible se intensifica, sus susurros se convierten en una sinfonía de deseo que acaricia mi piel desnuda. En la oscuridad de mis párpados cerrados, sus labios, apenas tangibles, buscan los míos en una danza efímera. La excitación se convierte en un torbellino de sensaciones, y mis sentidos se sumergen en un éxtasis que desafía las leyes de la vigilia. Mis manos, guiadas por la intuición, exploran la presencia etérea que se materializa en la neblina de los sueños. La textura de su piel invisible es suave como la seda, y sus caricias despiertan en mí una respuesta visceral. La habitación se llena con la electricidad de lo invisible, una energía que se entrelaza con la mía en una conexión más allá de las formas físicas. Cierro los ojos con fuerza, permitiendo que la intensidad descriptiva de la escena cobre vida en mi mente. La presión de sus labios sobre los míos despierta una vorágine de sensaciones, una explosión de placer que se propaga como fuego en el aire enrarecido de la habitación. El misterioso amante, invisible pero tangible en sus caricias, se convierte en un arquitecto de sueños sensuales. La danza se vuelve más frenética, cada suspiro resonando en la penumbra como un eco de la pasión desatada. Mis manos, ávidas de explorar lo invisible, se deslizan por la textura etérea que se ofrece a ellas.
La intensidad descriptiva se eleva, las palabras se convierten en gemidos silenciosos que solo los amantes oníricos pueden comprender. La presencia etérea, ahora más definida en su invisible esencia, explora cada rincón de mi ser con una destreza que desafía la lógica. La conexión se profundiza, y el placer se convierte en un torrente irresistible que me arrastra hacia un abismo de éxtasis. En este sueño donde lo tangible se fusiona con lo invisible, la exploración sensual alcanza su cúspide, dejándome suspendida en el precipicio del placer sin restricciones. La habitación se impregna de un calor magnético, una energía que se eleva junto con mi propia excitación. La conexión con lo invisible se convierte en una sinfonía de placer, y mi cuerpo, arqueándose en respuesta a la intensidad del momento, se entrega por completo al éxtasis que se despliega en la penumbra. En este sueño donde lo tangible y lo etéreo se entrelazan, mi piel se eriza con la caricia de lo invisible. La sinfonía culmina en un crescendo arrebatador, una ola de éxtasis que me envuelve y me sumerge en un abismo de placer sin restricciones. Cada suspiro, cada gemido, se mezcla con la melodía de la noche, creando una armonía única que solo el onirismo más atrevido puede ofrecer. El clímax es una explosión de sensaciones, un vértigo de placer que se extiende por cada rincón de mi ser. La presencia etérea, aunque invisible a los ojos, se convierte en la manifestación misma del deseo materializado en esta ensoñación. Finalmente, la danza sensual llega a su fin, pero la conexión persiste en la atmósfera cargada de intimidad. Mis sentidos, aún envueltos en la resaca del placer, sienten cómo la presencia etérea se desvanece con la misma suavidad con la que llegó. Quedo envuelta en la quietud de la habitación, mi cuerpo aún vibrando con la huella indeleble de la experiencia onírica. La luna, testigo silencioso de esta travesía sensual, proyecta su luz sobre mi cuerpo satisfecho. La habitación, ahora impregnada de la esencia de lo invisible, recobra su apariencia cotidiana, pero la magia persiste en el recuerdo de la danza prohibida entre lo tangible y lo etéreo. Así, entre suspiros de satisfacción, me sumerjo nuevamente en el sueño profundo, llevando conmigo la huella de una experiencia que solo el onirismo más atrevido puede brindar. Traviesa aguarda en la frontera entre la realidad y la ensoñación, lista para tejer nuevas fantasías que despierten los deseos más profundos en los sueños más atrevidos.
A la chiquilla la envuelve un susurro de anticipación, un secreto compartido con el viento juguetón que le trae el aroma inédito desde la bragueta abierta que acaricia su naricita golosa. La tela del pantalón de su amante se desdobla, revelando un tesoro de tersuras y aromas, un arco iris de deleite en sus manos curiosas, que lo toman con delicadeza y lo acarician antes de abrir la virginal boca. Entre dientes curiosos, la ternura del primer contacto con el mástil tierno se despierta, como una danza delicada en su boca. El bombón de carne hinchada es un poema de almíbar que gotea por la punta y libera esencias desconocidas, desatando un festín de sensaciones en el paladar femenino. La muchacha se zambulle en un éxtasis pringoso, y siente el énfasis de cada matiz desconocido emborrachando su mente y humedeciendo su entrepierna. El sabroso deleite se esparce, tiñendo su paladar con la magia de lo inexplorado. Cada lamida es un verso, cada sabor una revelación, mientras la ella se sumerge en un verdadero océano de sensaciones, navegando en las aguas del primer leño en su boca, una experiencia que se tatuará en su memoria, como un cuadro de colores y alegría que pinta su niñez, con el primer sexo. Él urge: “¡ya, cariño, ya!” Y la niña, por instinto lo deja entrar hasta el fondo, hasta que su blanco cuello siente el ansia del contacto profundo e intenso, cuando un manantial de placer se derrama acompañando los gemidos de su amante.
TE DESEO" Así de simple como la noche. Así cómo la luna mira a sus estrellas y se moja en ellas. El alba tiene envidia y detiene al sol porque esta noche es noche de ensueño, noche interminable entre tus deseos y los míos. El calor del cuerpo te llama, te clama, te grita: ¡Ven, ámame! Cómo una fiera, devórame con hambre, estoy servida a la mesa y mi humedad se riega por mis piernas, mis manos han empezado el preludio de una noche sin final, han prendido la hoguera para hacernos infierno y bailar al compás de las llamas que emanan los cuerpos. Ven, ladrón de mis sueños y róbame los mil orgasmos que tengo en este cuerpo para darte a ti y solo a ti.
En medio de la noche, cuando el silencio se vuelve cómplice de mis pensamientos más oscuros y las sombras bailan al ritmo de mi inquietud, me encuentro despierta, envuelta en el abrazo solitario de las sábanas. Es una de esas noches en las que el insomnio se convierte en mi compañero más fiel, y mi mente, ávida de sensaciones, comienza a tejer historias en la penumbra de mi habitación. Recuerdo claramente cómo fue que la idea se apoderó de mí, como un susurro tentador en medio de la noche. Allí, sobre mi mesita de noche, reposaba mi consolador luminoso, una promesa de placer que destellaba con cada pulsación. La luz que emanaba era más que una simple iluminación; era un juego de sombras y luces que convertía mi habitación en un escenario de fantasía, donde mis pensamientos más lujuriosos cobraban vida en la danza de las sombras. Mis dedos, ansiosos y curiosos, buscaron el contorno suave del consolador en la oscuridad, mientras la luz que emanaba dibujaba patrones seductores en las paredes. Cada destello era un recordatorio de los placeres que yacían a mi alcance, una invitación a explorar los rincones más oscuros de mi deseo con una audacia sin límites. Y así, mientras la luz del consolador iluminaba mis zonas erógenas con un resplandor sugerente, mi imaginación se perdía en un laberinto de pensamientos lujuriosos. Cada pulsación era un susurro de placer, cada sombra una promesa de éxtasis, mientras yo me entregaba sin reservas al delirio de la pasión en la noche sin fin. En esa oscuridad cómplice, me convertí en la arquitecta de mis propias fantasías, explorando los límites de mi deseo con una intensidad que solo la noche puede otorgar. Cada movimiento, cada suspiro, era una danza de pasión y descubrimiento, mientras me dejaba llevar por la corriente del éxtasis que fluía en la penumbra. El consolador luminoso se convirtió en mi cómplice silencioso, una extensión de mis deseos más profundos que respondía a cada capricho de mi imaginación. Sus destellos de luz dibujaban sombras sugerentes en las paredes, creando un escenario de fantasía donde mis pensamientos más salvajes cobraban vida. Mientras me entregaba al placer de la autoexploración sensual, dejé que mis manos recorrieran cada centímetro de mi cuerpo con una devoción pasional. Cada caricia era un susurro de éxtasis, cada roce una promesa de placer, mientras mi piel se erizaba bajo el toque delicado del consolador luminoso. Mis pensamientos, tan desenfrenados como mis movimientos, se perdían en un laberinto de fantasías prohibidas. Me vi a mí misma como en un espejo distorsionado, reflejada en las sombras y luces que danzaban a mi alrededor, mientras el consolador luminoso se convertía en el faro que guiaba mis deseos más oscuros. En medio de esa danza de pasión y luz, me encontré a mí misma en un estado de éxtasis sin límites, donde el tiempo y el espacio se desvanecían ante la intensidad de mis sensaciones. Fue entonces cuando una fantasía salvaje tomó forma en la penumbra, como un eco de mis deseos más profundos. Imaginé cómo sería entregarme por completo al placer sin restricciones, dejando que el consolador luminoso fuera mi guía en este viaje de autodescubrimiento. Mis manos, temblorosas de excitación, buscaron nuevas formas de placer, explorando cada rincón de mi cuerpo con una devoción pasional. El consolador luminoso se convirtió en mi cómplice en esta aventura de lujuria y éxtasis, respondiendo a cada uno de mis deseos con una fidelidad sin igual. Sus destellos de luz acariciaban mi piel con una suavidad embriagadora, mientras mis pensamientos se perdían en un torbellino de fantasías prohibidas. Fue entonces cuando decidí llevar mi experiencia un paso más allá, desafiando los límites de mi propio deseo con una audacia sin igual. Mis manos, guiadas por la pasión y la excitación, buscaron el consolador luminoso y lo llevaron a un lugar más íntimo, donde la luz se convertiría en el faro que iluminaría mis fantasías más osadas. Con un suspiro de placer, me entregué por completo al éxtasis, permitiendo que la luz del consolador luminoso revelara mis secretos más íntimos con cada destello. Los reflejos danzantes iluminaban mis contornos en la oscuridad, creando un juego de sombras y luces que me envolvía en un torbellino de placer y deseo. Cada movimiento, cada susurro, era una celebración de la sensualidad desenfrenada, mientras me entregaba por completo al delirio de la pasión. El consolador luminoso se convirtió en mi cómplice silencioso, guiándome en este viaje de autodescubrimiento donde los límites se desvanecían y solo existía el éxtasis puro y sin adulterar. Con un suspiro de satisfacción, permití que la calma descendiera sobre mí, envuelta en el suave resplandor del amanecer que se filtraba a través de las cortinas entreabiertas. Mis sentidos aún zumbaban con el eco de la pasión, mientras me abandonaba al abrazo reconfortante de las sábanas, saboreando el dulce agotamiento que sigue al éxtasis. El consolador luminoso reposaba a mi lado, una reliquia de una noche de descubrimientos y placeres compartidos en la intimidad de la oscuridad. Sus destellos de luz parecían susurrar promesas de futuros encuentros, recordándome la belleza efímera de la pasión y la infinita capacidad de la imaginación humana para transformar la realidad en un lienzo de sueños. Me dejé llevar por la serenidad del momento, permitiendo que los recuerdos de la noche se desvanecieran lentamente en la bruma del amanecer. Sabía que aquellos momentos de éxtasis quedarían grabados en mi memoria como un testimonio de la fuerza transformadora del deseo, una melodía etérea que resonaría en los rincones más profundos de mi ser. Y así, entre susurros de placer y destellos de luz, me sumergí en un sueño reparador, con la certeza de que la noche me recibiría una vez más con los brazos abiertos, lista para explorar los límites de mi propia lujuria en la penumbra de la oscuridad.
Soy maestra y comencé a trabajar en un programa donde me presentaron al que sería mi colega. Al conocerlo me pareció hasta feo y horrible físicamente hablando. Poco a poco fuimos ganando confianza, un hombre espectacular con una forma de ser única. Siempre terminábamos riéndonos a carcajadas. A pesar de que éramos maestros en ese programa realizábamos mucho trabajo administrativo. No sé porque cada vez ganaba mi confianza y lo comencé a ver con ternura. Cada día nos compenetrábamos más y más. Un día no sé porque comenzó a llamarme luego de horas laborales. Se ganó mi confianza y su sentido del humor me comenzó a gustar. Cuando conversaba conmigo y me hablaba me sentía bien mojada solo de escucharlo. Hasta que un día me confesó que estaba loco por mí al punto que terminamos en un motel. Wao cuando ese hombre apasionado me quitó la ropa y comenzó acariciarme me volví loca. Cuando vi su miembro me quería morir de lo grande y grueso que lo tenía. Hasta que me penetró. Sinceramente pensé que no me cabía de lo grande y grueso que lo tenía. Me concentré al nivel que cuando ese hombre siguió moviéndose dentro de mi sentí lo más rico de la tierra al nivel que se convirtió en un vicio. A cada rato nos escapábamos a un motel. Me ponía a gemir y a venirme al tal magnitud que el hombre también se envolvió conmigo. De hablarme me venía con fuerza. Me lo hacía tan rico, pero tan rico que cada ocasión se hacía más corto. El tiempo ha pasado y el destino nos separó por diversas cosas. Pero a cada momento me llama.
Yo he terminado la carrera y aún no he encontrado trabajo. En realidad, tampoco lo busco. Nunca he tenido problemas de dinero, al contrario, podría decirse que soy rica. Mi familia siempre ha nadado en la abundancia. Debo reconocer que fui una niña muy consentida, mimada como la que más. Como todos mis hermanos. Bueno, quizá yo un poco más, al ser la única hija i la menor entre siete hermanos. Hace unos días, para hacer un favor a unos de sus mejores amigos, mis padres me pidieron que diera clases particulares a Fernando, que estaba cursando segundo de un grado de tipo técnico y le costaban las matemáticas. Yo me quejé algo, pero mis padres insistieron e insistieron, que mientras no encontraba trabajo, que sólo serían unas horas a la semana, que los padres del chico eran tan buena gente, sus mejores amigos… Lo cierto es que mis notas habían sido perfectas, las más altas de la clase y no me supondría ninguna dificultad ayudar al chico. Así que acepté, más que nada para contentar a mis padres. Y sí, se pusieron muy contentos. Al igual que los de Fernando, que me querían como a una hija desde siempre. Hacía bastantes años que no veía a Fernando, desde antes de que yo empezara en la universidad, cuando había cumplido los dieciocho y él tendría unos trece o catorce. Le recordaba como muy tímido y que estaba algo gordo, a diferencia de su hermano mayor, Leo, que era muy extravertido y atlético.
Hablé con sus padres y se les notaba muy alegres cuando supieron que ayudaría a su hijo. Insistieron en pagarme las clases y aunque yo me negué y me negué, al final tuve que claudicar y aceptar cobrar, mucho más dinero del que me hubiera imaginado, pero me dijeron que la confianza que me tenían y mis notas extraordinarias bien lo merecían. Quedamos que iría a su casa los martes y los jueves al atardecer, que son las horas que él tenía libres. Y a mí me daba igual, porque no tenía nada concreto que hacer ningún día, aparte de ir al gimnasio y perder el tiempo con cualquier tontería. Mi primera sorpresa es cuando me abre la puerta Fernando y casi no lo reconozco. Me saca al menos un palmo, y yo no soy bajita, más bien al contrario. Se le ve un cuerpo fuerte y grácil. Que se ha puesto muy guapo, vaya! Nos saludamos encajando la mano, muy formales. - Fernando, casi no te conozco! Estás hecho todo un hombrecito! - Eh, ya, claro, Esther, hace tiempo que no nos veíamos. - Cuantos años tienes? - Yo? Veinte. Pronto veintiuno! - Ah, ya te digo, todo un hombrecito! - Pues… sí. – se sonroja y veo que sigue siendo tímido. - Y muy guapo! - Yo… gracias, Esther! Eres muy amable! - Es la verdad. Y a mí, no me dices nada, cómo me ves? – pongo las manos en mi cintura e hincho algo el pecho, sonriendo. - Ah, bueno… estás muy… muy bien! – parece que sus mejillas van a incendiarse de un momento al otro. En esa clase vi que a Fernando le costaba bastante entender la materia. Aparte de que le sorprendí en un par de ocasiones mirándome el pecho y en otro momento, admirando mis muslos. - Oye, Fernando, debes mirar hacia el esquema que te estoy explicando, no… - No, si no… si estoy... mirando el libro. - Ya! Su cara estaba a punto de arder. Bueno, este primer día me sirvió para tener una primera ilusión en meses, un primer objetivo: tirarme a Fernando! Con lo tímido y cortado que es, creo que tendré que poner mucho de mi parte. Así que, para la clase siguiente, decido vestir lo más provocativa posible: escojo una faldita plisada de cuadros rosas y negros, muy corta para que me pueda ver bien los muslos, y una camiseta blanca sin mangas y muy escotada, para que pueda admirarme el pecho. Y sin sostén, para que pueda adivinar mis pezones sin dificultad. Por si en algún momento la falda es demasiado corta y enseña más de lo debido, me pongo el tanga más pequeño que tengo para que disfruten sus ojos. Los zapatos de tacón y mi perfume preferido completan el conjunto y creo que me hacen irresistible.
Es jueves y algo nerviosa y ya excitada, llego pronto a casa de Fernando. - Oh, hola, Leo! Cuánto tiempo sin verte! Vengo a dar la clase de repaso a tu hermano. - Ya, sí, entra, entra, Esther. – nos saludamos con un par de besos – Fernando todavía no llegó de entrenar. Habrá encontrado tráfico. - Bueno, en realidad todavía es pronto. Vine un poco antes. - Oye, estás hecha un pibón! - Ya, vale, ya ves. Gracias! - Ven, ven, vamos a esperar a Fernando en el salón. -me acompaña y noto que me devora con los ojos. Mi excitación crece. Cuando me siento en el sofá y él me sirve una copa, él mira mi pecho y mis piernas sin disimulo. - Así que vienes a enseñar… - Sí, sí, a enseñar… a tu hermano. - Ya, veo que enseñas bien. - Eh… bueno… - me sonrojo y más al darme cuenta que al estar sentada la falda me sube tanto que incluso enseño las bragas – eso… matemáticas. - Sí, ya, y algo más. - Oye… no, no… matemáticas y ya está. – estiro la falda para taparme algo, pero solo consigo alargarla unos milímetros. - Ya, vale, tú no querrías también enseñarme a mí? - Cómo, a ti? Es que también estás estudiando? - No, realmente, no. Pero nunca me han ido muy bien las matemáticas. Y seguro que tu enseñas muy bien. – guiña un ojo. - Ah… bueno, ya… - se oye la puerta- Uy, mira, aquí está tu hermano. - Vaya, qué inoportuno! Bueno, os dejo con las matemáticas. - Hola, Leo. Y Esther! Fernando abre los ojos como platos cuando me ve tan sexy, pero enseguida los baja, tímido, y me acompaña al salón para la clase de repaso. Aunque estoy muy amable y cariñosa con él, apenas consigo que me mire, con disimulo. Casi no aparta la vista del libro y de la hoja. Me insinúo, pero él hace como si no se diera cuenta. Y la clase termina sin que haya conseguido dar ni un paso hacia mi objetivo. Al salir del salón me encontré con Manuel, el padre de Leo y de Fernando. - Hola, tito! – le llamo así desde pequeña. - Hola, Esther. Ven, ven que te dé dos besos. Oye, estás muy guapa! - me ruborizo y me avergüenzo que me vea vestida así – Qué, cómo van las clases? - Bien, bien, Fernando está muy atento y aplicado. - Ja, ja, no me extraña, no me extraña, con una profesora particular así… así cualquiera – diría que mira mi escote descaradamente. - Bueno, adiós, tito! – voy a darle dos besos en la mejilla y él me acerca con la mano en la cintura, que baja sin reparo hasta la minifaldita, y alarga unos segundos los besos, y me voy enseguida. – Oh, tito, adiós! Parecería que he gustado a todos los hombres de esa casa, menos a Fernando. Me pregunto si es solo por la timidez o es que no le agrado. En ese momento no sabía que apenas crucé la puerta, Fernando corrió a masturbarse pensando en mí. Y que lo volvió a hacer esa noche ya en la cama. Y los días siguientes. Bueno, debo confesar que yo también me he masturbado mucho pensando en él. Las siguientes clases han ido bien, en el sentido de las matemáticas, pero sin avances en lo que me interesa a mí. He probado distintos tipos de ropa y complementos, pero nada. El jueves pensé que se había fijado especialmente en los pantalones apretados, que me lo marcan todo, pero nada. Y tampoco tuve éxito con el vestidito verde que enseña más que esconde. Ni con el traje chaqueta, con la falda muy corta. Por suerte, no me he encontrado más ni con Manuel ni con Leo, porque habrían pensado que iba a la casa a hacer un desfile de modelitos. Ayer recibí un mensaje de Fernando preguntando si esta semana podía ir a darle la clase también el lunes, que tenía un examen pronto y estaba preocupado. Como no tengo nada que hacer, le dije que claro que sí. Quedamos pronto, a las cuatro de la tarde. Yo me presento con un vestidito negro de poco más de dos palmos, decidida a ganarme al chico. Voy sin sostén y sin braguitas. Enseño casi todas las tetas, los muslos y el culo. Y me he puesto más perfume que nunca. U hoy o nunca! A ver qué. - Eh, ah, hola, Leo! - Hola, guapa! - Y Fernando? - Pasa, pasa, ven, siéntate, aquí, en el sofá. - Eh? No, no. – sé si me siento, el microvestido me subirá y enseñaré los muslos y quien sabe si algo más. - Sí, mujer, sí, siéntate, que Fernando va a tardar. - Cómo? Si me dijo que a las cuatro! - Ya, ya. Pero… siéntate! – me acompaña al sofá y me sienta cariñosamente. - Oh! – mira mi escote – Que bien hueles! - Gracias! - Mira, te sirvo una copa. - Bueno, cuando vendrá Fernando? - Va a tardar mucho en venir. - Pues quizá es mejor que me vaya y vuelva más tarde. - No, no, Esther, le esperas aquí, conmigo, y así me haces compañía. - Bueno, tú tendrás cosas que hacer. Y yo… - No tengo nada mejor que estar aquí contigo, guapa! Me sirve la copa y me doy cuenta de que desde su posición, al estar de pie, me ve casi todas las tetas; noto que me excito y que mis pezones parece que van a atravesar el vestido. Me lo subo un poco para cubrirme el pecho, pero sólo consigo acortar más la falda y casi enseñarlo todo. Leo pone música de fondo, se sienta a mi lado y empieza una charla intrascendente.
Se va acercando cada vez más. Me dice algo al oído, que no acabo de entender, pero sé que es solo para acariciar mi oreja con sus labios y olerme a fondo. - Hueles de maravilla, Esther. Y seguro que sabes muy bien también. – vuelve a acercarse a mi oído y susurra algo como si puede comprobarlo, si le dejo saborearme, que se muere de ganas. - Leo! A ver… Fernando debes estar a punto de llegar! - No, en realidad, hoy es lunes y no llega hasta las nueve o más tarde – me susurra. - Qué? – me besa la oreja, noto que me huele el cuello, también me lo besa y me lo lame. - Que hoy Fernando no vendrá hasta muy tarde. – me baja la tira del vestido y pone una mano en mi muslo. - Pero…? Ay, Leo! Qué haces? - Ya ves qué hago. – me susurra al oído- Y sé que te gusta, estás ardiendo. - Leo! Por favor! – su mano ya está bajo la faldita y enseguida descubre que no llevo bragas. - Vienes muy fresquita, Esther!- me acaricia la vulva muy cariñosamente. Encuentra mi clítoris ya muy respingón. - Me encantas! - Leo, yo… - Sé que te mueres de ganas. – me susurra, mientras acaricia directamente mi sexo - Si no, no vendrías así vestida a dar las clases, a enseñar, a exhibirte casi desnuda. Y haces muy bien. Estás chorreando, Esther. - No, yo me visto así porque… ay, hmm! – me introduce un dedo en mi vagina y enseguida otro en el culo. - Te vistes así porque estás muy buena y quieres que los hombres te admiremos! Y ya ves que sí! - No, no es eso, Leo, hmmm! – me acaricia hábilmente el clítoris y pasa de besarme la oreja y el cuello, a besarme la boca. Yo le devuelvo el beso y enseguida permito que su lengua me atraviese hasta el paladar. – Ay, estoy muy caliente. - Sí, sí, a ver? - huele sus dedos, los lame – tu coño y tu culo huelen muy bien. - Ay, Leo, hmmm! Ay… pero, y Fernando? - No te preocupes, no va a venir. El mensaje te lo envié yo, con su móvil, je, je, je! - Serás cabrón?! He picado como una tonta! Y tus padres? - Tampoco, de verdad, estate tranquila. No vendrán hasta la noche. - Ay. No sé, bueno, si es así… Eres un cabrón, pero… hmmm! Le beso apasionadamente, nuestras lenguas se entrelazan, vuelve a acercar su mano bajo mi vestido, me toca el clítoris, el perineo, el culo. Me penetra con dos dedos el coño y con dos el ano y me encanta.
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