BelaElisth

La noche envolvía la ciudad con su manto de estrellas, y Bela caminaba con paso decidido hacia el lujoso hotel donde la esperaba una velada inolvidable. Su vestido de satén negro abrazaba sus curvas, realzando la sensualidad de cada movimiento. La anticipación latía en su pecho mientras empujaba la puerta del bar y sus ojos encontraban al hombre que la había conquistado con palabras susurradas al oído. Apoyado contra la barra, con un vaso de whisky en la mano, él la recibió con una sonrisa cargada de promesas.

 Sus miradas se encontraron, y el aire entre ellos se electrizó. Bela se acercó lentamente, sus tacones resonando sobre el suelo de mármol, hasta que la distancia entre ambos se redujo a un susurro. —No podríamos haber esperado más —murmuró él, deslizando una mano por su cintura y atrayéndola hacia su cuerpo. El roce de su piel envió un escalofrío delicioso por la espalda de Bela. Se dejó llevar por el calor de su contacto, por la sensación de sus labios sobre su cuello. La química entre ellos era un fuego ardiendo sin control, una atracción que no podía negarse. El ascensor fue testigo de las primeras caricias, de los besos profundos que prometían una noche de pasión desenfrenada. Cuando llegaron a la habitación, las luces tenues acentuaban la tensión entre ellos. 

Con un movimiento hábil, él deslizó los tirantes de su vestido, dejando que la tela se deslizara lentamente hasta el suelo. Bela sintió el aire fresco contra su piel, pero fue la mirada ardiente de él lo que realmente la encendió. Las manos de su amante exploraron cada rincón de su cuerpo con una combinación perfecta de ternura y deseo. Sus labios recorrieron su cuello, su clavícula, bajando con devoción hasta desatar en ella suspiros entrecortados. Cada beso, cada caricia, cada roce de su lengua sobre su piel la llevaban al borde del abismo del placer. Bela arqueó la espalda, entregándose a las sensaciones, a la presión creciente entre sus muslos, a la forma en que él la adoraba con cada movimiento. 

Cuando finalmente sus cuerpos se unieron, el tiempo pareció detenerse, atrapándolos en una danza ardiente de deseo compartido. Los jadeos llenaron la habitación, mezclándose con el sonido de la brisa nocturna que entraba por la ventana entreabierta. Sus cuerpos se movieron al unísono, en un vaivén de placer y entrega. Él la sujetó con firmeza, guiándola hacia un clímax explosivo que la dejó temblorosa entre sus brazos. La noche avanzó, pero la pasión entre ellos no menguó. Con cada nueva caricia, con cada nuevo beso, encendieron nuevamente el fuego que ardía entre ellos. Enredados en las sábanas, Bela y su amante se perdieron en un sinfín de sensaciones, en un juego de placer sin límites. Cuando finalmente el amanecer comenzó a asomarse por la ventana, Bela sonrió con satisfacción. Sabía que esta no sería la última vez que compartirían una noche como aquella. La intensidad de su encuentro quedaría grabada en su piel, en su memoria, y en cada latido de su corazón. 

Esta historia es solo un adelanto de las noches que vendrán, de las pasiones que aún esperan ser desatadas. Porque cuando el deseo es real, siempre encuentra una manera de volver a arder.