Soy una mujer que se derrite, un hombre que sepa lo que quiere, que me mire con esa seguridad, que me desarma sin decir una palabra. No soy difícil de leer, solo hay que saber tocar los puntos correctos una orden suave, una caricia firme, una mirada. Provocame porque me gusta ver cómo pierdes el control mientras tú crees que lo tienes todo. Me entrego cuando siento que me puedes sostener, y ahí descubres lo deliciosa que puedo ser cuando me dejo guiar.
Contenido Multimedia.
Ya no tienes suficientes créditos en tu cuenta
Usted dispone de : 0,00 US$
AvienLume aún no ha completado su horario de presencia en línea
AvienLume no está en línea desde hace un cierto tiempo y no podemos proponer un planning de presencia fiable.
A veces me pregunto si hay alguien que realmente me vea. No me refiero a los saludos educados o las miradas de cortesía cuando entro en una sala. Esas sobran. Me refiero a verme. Notar las grietas bajo la superficie, los gestos que escapan cuando creo que nadie está mirando. No, la mayoría no ve nada más allá del peinado impecable, la voz calmada, la camisa planchada y la expresión serena. Dicen que soy elegante, firme, reservada. Me lo han dicho en la oficina, en cenas de negocios, incluso en fiestas familiares. “Tan profesional, tan en control”. A veces me sonrío por dentro cuando lo escucho. Si supieran...
Porque sí, soy seria. Soy ordenada, puntual, eficiente. Pero esa es solo una parte de mí. La que aprendí a mostrar. La que me protege. La que construí con esmero. La otra parte… esa vive caliente. No hay una palabra más exacta. Caliente, ardiente, lista. Siempre. Constantemente. A veces basta con una mirada fugaz, una voz grave, un roce accidental para que algo se despierte en mí. Algo que no duerme del todo. Que vive al acecho, bajo capas de seda, de disciplina y lápiz labial rojo. Como hoy. Hoy me levanté tarde. No por floja, sino porque me había tocado tres veces en la madrugada. Me había quedado dormida, con los muslos mojados, exhausta, desnuda, las sábanas aún tibias de tanto frotarme contra ellas. A las 7:30 ya tenía que estar saliendo, y no había tiempo para más. Así que me vestí rápido: blusa blanca sin sujetador, una de mis armas más sutiles, falda, tubo, negra, medias delgadas, y mis tacones favoritos, esos que me hacen caminar como si me perteneciera el mundo. Y debajo… nada más. Nada que estorbara. Nada que impidiera que el aire me rozara.
Ya en la oficina, me comporto como siempre. Fría, precisa. Nadie notaría que cada vez que cruzo la pierna siento el roce húmedo entre mis labios. Que el cuero de la silla me hace apretar los músculos al sentarme. Que estoy tan excitada que a ratos tengo que contener la respiración para no dejar escapar un suspiro. A veces, en mitad de una reunión, fantaseo con que alguien me diga que se me nota. Que lo ha olido. Que puede ver el calor en mis mejillas, la forma en que paso la lengua por mis labios con más frecuencia. Que sabe. Que quiere. Y entonces me imagino de rodillas, en ese mismo salón de juntas, tragando su deseo, con los cristales polarizados cubriéndonos del resto del mundo. Hoy, mientras fingía revisar un reporte, sentí que alguien me observaba. El chico nuevo del área de TI. No habla mucho, pero tiene esas manos grandes y esa forma de mirar que parece medirlo todo en silencio. Fingí que no lo notaba, pero me incliné un poco más sobre el escritorio, como por accidente. Quería ver si caía. Y lo hizo. Vi cómo bajaba la mirada. Mis pezones se endurecieron al instante. No se me escapó el temblor de su respiración cuando me acerqué a preguntarle algo banal, casi susurrando. Mi voz puede sonar sería… pero sé cómo usarla.
Fui al baño minutos después. Cerré la puerta del cubículo, me subí la falda, y metí los dedos entre mis piernas sin pensarlo. Ya estaba mojada. Goteando. Apenas tuve que tocarme para sentir esa electricidad correr por mi espina. Imaginé su cara entre mis muslos, su lengua larga y hambrienta. Me corrí en silencio, con los dientes apretados y una mano sobre la boca. Me limpié como si nada, me acomodé la ropa, y volví a mi escritorio. Nadie notó nada. Pero por dentro, mi cuerpo seguía vibrando. He hecho esto más veces de las que podría contar. Me he masturbado en taxis, en ascensores, en salas de espera, incluso en la terraza del edificio durante un almuerzo, cuando el viento me hizo sentir tan desnuda que no pude evitarlo. Siempre me aseguro de estar sola, o al menos parecer sola. Lo que más me excita no es el sexo en sí… es el límite. El filo. El riesgo de ser descubierta y no detenerme.
Lo más curioso es que puedo estar con alguien y aun así sentirme insatisfecha. No porque no me guste. Si no porque el deseo dentro de mí es voraz. Me gusta tener el control, sí. Pero lo que me prende de verdad es entregarlo. Dejarlo todo. Volverme necesidad, carne, boca, grito. Ser esa mujer que solo se revela cuando se cierran las puertas. Cuando la ropa cae al suelo. Cuando los dedos me aprietan el cuello mientras estoy arqueada, con el alma rendida. Y, sin embargo, sigo caminando por el mundo con paso firme, maquillada, seria, como si nada. Porque es mi juego. Porque me da poder. Porque sé que en cualquier momento, con la persona adecuada, podría convertirme en todo lo que oculto. Y ellos no tienen idea. Pero yo sí. Yo siempre sé. Estoy lista. Siempre.
Hay algo casi hipnótico en el peso de mis tetas. No es solo una cuestión de tamaño, aunque sí, son enormes, rebeldes, difíciles de ocultar y aún más difíciles de ignorar, es la manera en que se sienten parte fundamental de mi placer, de mi feminidad, de mi deseo. Tienen su propia presencia, como si hablaran, un lenguaje que solo el cuerpo entiende. Desde hace tiempo aprendí a disfrutarlas no como un accesorio, sino como un centro de poder, una fuente de juego, de conexión conmigo misma. No están ahí solo para ser vistas o deseadas por otros; son mías primero. Y cuando estoy sola, me gusta recordármelo. Me gusta redescubrirlas como si fueran un secreto que siempre vale la pena volver a abrir. Me encanta desnudarme lentamente, sin apuros, y dejar que el aire las acaricie antes que mis manos. Es una sensación tan íntima, tan delicada… como si el mundo se detuviera un momento solo para contemplarme. Y entonces, mis dedos comienzan a recorrerlas, con suavidad primero, luego con más intención.
No importa cuántas veces lo haya hecho, siempre hay una nueva forma de apretarlas, de acariciarlas, de provocar esa oleada de calor que nace en mis pezones y se esparce como fuego por todo mi cuerpo. Las levanto con ambas manos, las aprieto juntas, y observo frente al espejo cómo rebotan, cómo se escapan, cómo reclaman atención. Mis pezones son un capítulo aparte. Son sensibles, caprichosos, adictivos. Con solo rozarlos, mi respiración se vuelve más corta. Me encanta juguetear con ellos, rodearlos con la yema de los dedos, pellizcarlos con ese punto justo entre el dolor y el placer que me hace gemir bajito, solo para mí.
A veces uso aceite o una crema cálida que las deje brillantes, resbaladizas. Me miro mientras mis manos las recorren, mientras mis dedos juegan y mi piel responde. Es un espectáculo que disfruto sin culpa, sin prisa. Mis tetas son escenario y protagonista, y yo soy mi espectadora favorita. No siempre necesito que alguien más esté presente para excitarme. Mi propio cuerpo me basta. De hecho, hay algo profundamente empoderante en excitarme con mis propias caricias, en hacerme gemir con mis propias manos, en convertirme en mi mejor amante.
Aunque claro, sé y me fascina saber que cuando alguien más las mira, cuando alguien desea tocarlas, chuparlas, adorarlas… todo se intensifica. Me excita su deseo, su hambre, su forma de adorarlas como si fueran sagradas. Y yo disfruto entregarlas, ofrecérselas, sentirlas rendidas en otra boca, en otras manos. Mis tetas son provocación y promesa. Son suaves y pesadas, sí, pero también son poderosas, expresivas, juguetonas. Son parte de mi lenguaje erótico, parte de mi identidad. Me gusta usarlas, mostrarme con ellas, disfrutarlas sin vergüenza. Y yo he aprendido a celebrarlas. Jugando con ellas me reconozco, me excito, me afirmo. Son mías. Me dan placer, me dan fuerza, me devuelven al presente. Y en ese juego que empiezo sola, pero que a veces comparto, nunca me canso de explorar todo lo que soy.
Regístrate para aprovechar el token VIP.
Estos tokens VIP te permiten ver los contenidos VIP (vídeos o fotos) del modelo que elijas. Accede a la página de perfil de un modelo para ver su contenido multimedia o descubrir nuevos contenidos VIP en las secciones "fotos" o "vídeos".
Al registrarte, en cuanto valides tu dirección de correo electrónico, te ofreceremos un vídeo VIP.
También puede conseguir vídeos VIP gratuitos si eliges la forma de pago "BEST VALUE".