Hola, soy Alaia. Mis grandes pasiones son la música, el arte, el maquillaje y los viajes. Me fascina explorar el mundo y descubrir cosas nuevas. El baile es mi forma de expresión, me encanta sentir la música en cada parte de mi cuerpo. Además, disfruto de la sensualidad y el misterio, especialmente en las películas que me mantienen al borde del suspenso.
Contenido Multimedia.
Ya no tienes suficientes créditos en tu cuenta
Usted dispone de : 0,00 US$
Sin saberlo me haces sentir una diosa, me has elevado por encima de los umbrales del placer mundano, deseo permanecer y disfrutar durante mucho tiempo en el lugar donde me has dejado elevarme y dejarme ser 100% yo, con todo. Escribo con la calma, no de saberlo todo, sino con la de apreciarlo y saborearlo como nunca. He escogido la libertad de disfrutar sin filtros, aunque siempre estaré en un proceso de aprendizaje continúo, sé que seré capaz disfrutar cada capítulo. Voy a colarme en tu cama. Pero antes quiero disfrutar de las vistas, de lo que dentro de un momento me voy a comer y saborear. Entraré justo por debajo de la sábana. Iré deslizando mis dedos y manos por tu piel, recorriéndote entero. Quiero ver cómo se eriza tu piel al contacto de la mía. No quiero despertarte, quiero que parezca que sueñas aunque estoy ahí. Besaré cada centímetro de tí, hasta conocerlo y hacerlo mío. Empezaré desde abajo, iré subiendo por tus piernas, hasta detenerme a la altura de tu ingle, subiré hacia las caderas y veré cómo reaccionan mis besos, lengua y caricias en tu piel. Te mueves y me ofreces otra parte de tí que quiero explorar. Me pego a tí, a tu espalda. Recorro y dibujo con mis dedos tus músculos, veo como cambia un poco tu respiración. Sabes que alguien está molestando tú sueño pero te dejas llevar…. No lo puedo evitar y comienzo a respirarte despacio y sin prisa. Mi nariz te inspira desde el hueco de tu oreja hacia el cuello y por un momento me dejo ir. Es tanta la necesidad que tengo de saciarme de ti, que mi anticipación hace que mi pulso esté acelerado y quiera ir más deprisa de lo que requiere este momento, que pide calma, pausa y disfrutar. Pero mi calma se quiebra cuando siento tu cuerpo responder, aún dormido, a cada roce de mi aliento. Tu respiración cambia, se vuelve más profunda, más consciente, como si una parte de ti ya supiera que estoy ahí, reclamando lo que me pertenece en silencio. Mi boca apenas roza tu piel, pero la intención es clara. Cada contacto es una declaración. No hay palabras, solo el lenguaje del cuerpo que entiende todo sin pedir permiso. Te acaricio con la lentitud de quien no tiene prisa por llegar a ninguna parte, porque el destino es el trayecto, y el trayecto eres tú. Tus músculos se tensan bajo mis dedos. Me quedo quieta, disfrutando de ese instante en el que el deseo se mezcla con la duda: ¿sueñas conmigo o ya sabes que te tengo cerca? No importa. Me quedo ahí, jugando con esa línea fina entre el sueño y la vigilia, entre la espera y la rendición. El aire se espesa. El tiempo se vuelve blando. Y yo, pegada a ti, dejo que mi cuerpo hable por mí, que te diga sin voz lo que mis pensamientos no alcanzan a contener. No necesito que despiertes todavía. Prefiero seguir aquí, sintiendo cómo poco a poco el deseo nos delata, respirando el mismo aire hasta que el mundo, simplemente, deje de existir fuera de esta cama. Él no sabe si está soñando o si el sueño se ha vuelto demasiado real. Siente un calor que lo envuelve, una presencia que se desliza por su piel como un pensamiento que no puede apartar. Entre la bruma del sueño, su cuerpo reacciona antes que su mente: un leve movimiento, una respiración más profunda, un intento inconsciente de buscar el origen de esa sensación. Yo sigo ahí, tan cerca que mi respiración se mezcla con la suya. La distancia entre ambos es apenas una línea de aire. Cada roce es una corriente eléctrica que no se ve, pero se siente. Percibo el ritmo: la suavidad primero, luego la presión. El peso de un cuerpo que no se impone, pero tampoco pide permiso. Y en su confusión placentera, se deja hacer, se deja sentir. El abre los ojos, apenas. Luz tenue, un fragmento de piel, el sonido del aliento que no pertenece sólo a él. No dice nada. No puede. No quiere romper el momento. Yo lo noto —ese pequeño cambio en su respiración, esa rendición silenciosa— y sonríe sin que él la vea. Su mano se detiene justo donde el pulso late más fuerte, como si marcara el ritmo que ambos están a punto de seguir. No hacen falta palabras.
Solo ese idioma primitivo que se escribe con piel, con hambre contenida, con deseo que no busca explicaciones. Él alza apenas una mano, la encuentra, la atrapa, y por un instante, el tiempo deja de fluir. No hay sueño, ni vigilia, ni límites. Solo dos cuerpos aprendiendo a decirse todo sin hablar. El calor se expande, se mezcla con la respiración y el pulso, y cada contacto despierta el siguiente. Nos movemos sin pensar, guiados por el instinto que nos empuja a acercarnos, a fundirnos en la urgencia de lo que no puede esperar. Nuestras manos, nuestras bocas, nuestro peso se buscan, se encuentran y se retraen, jugando en ese límite donde el deseo se vuelve físico, casi doloroso por su intensidad. Me situo sobre él, me encajo sobre su cuerpo que se adapta a cada una de las formas de mis curvas. Sus manos acogen mi cuello, mis hombros. Se desliza sobre mis pechos atrapando y acariciando mis pezones, mientras permanecen erguidos bajo su tacto. Una pequeña presión de mi vagina sobre el, es justo el detonador para prender y activar. Sé cómo le gusta, veo que le vuelve loco e intento, hacer ese movimiento con más cadencia, apretando y soltando para hacer mía su erección y controlar su placer. Nuestra respiración, nuestros cuerpos se acompasan, sus manos y mi cuerpo se mueven a la vez. Empieza a embestirme, aplicando ritmo frenético a mi sexo. Sus dedos seducen a mis pezones y sin previo aviso la meseta hacia el placer en mi invade. Aplica presión y suavidad, pequeños círculos que torturan mi sexo de dentro a fuera. El clímax me sorprende sobre él cabalgándolo, segundos más tarde me sigue él con un orgasmo brutal que me remueve por dentro. Nos sentimos como un solo cuerpo y un solo aliento. Cada movimiento, cada roce, es un diálogo sin palabras que no pide permiso y no espera aprobación. El mundo desaparece, la habitación se vuelve un universo suspendido donde solo existimos nosotros dos, consumidos por la necesidad de sentirnos, de reconocernos, de ocupar el mismo espacio al mismo tiempo. Nos entendemos sin hablar. Nos sabemos. Nos sentimos. Y en ese espacio suspendido, donde la urgencia es pura y la pasión no se oculta, dejamos que nuestros cuerpos hablen el idioma que siempre hemos querido aprender: sin reservas, sin pausa, sin retorno. El sexo contigo es siempre así: me miras, me tocas y me haces sentir una diosa.
Realmente las historias viven en nuestra cabeza y cobran vida cuando le ponemos palabras y comenzamos a narrarlas. Eso es lo que me ha llevado a este punto. Te conocí por casualidad, de esa manera qué piensas que será una tontería, no le das importancia. Me descubrí a mí misma pensándote todo el día, cuando hacía apenas unos días no sabía ni quién eras. Curioso, ¿no? He leído sobre esto, hay películas, series y aún así, no pensé que esto me pasaría. A ratos la vida te regala momentos, personas y a veces nos cruza para que sean irrepetibles. Siempre he pensado que a veces, los mejores resultados los obtienes de no esperar nada a cambio. Dar por dar, hacer por hacer. Sin esperar nada a cambio, es mi filosofía de vida. A veces es una bendición pero otras … Así es como empieza está historia, de repente un día, descubrí la escritura, ver hasta donde me transporta y la libertad que me hace sentir. Conocí a otras personas que comparten a través de sus escritos, os puedo asegurar que guardan todo un mundo interior. Voy a proponerme seducir, solo con palabras que acaricien el alma y calienten el cuerpo. Así comenzó aquel mensaje, inesperado, que hizo que sus ojos quedaran clavados en la pantalla. No era una confesión directa, tampoco un atrevimiento descarado. Era más bien una invitación a un juego secreto, un espacio íntimo que empezaba a tejerse entre dos desconocidos. Él respondió con prudencia, aunque en su interior algo vibraba distinto: "Si las palabras tienen poder, quizá las tuyas ya han empezado a tocarme." Desde entonces, cada correo se convirtió en un puente de sensaciones. No eran solo frases; eran susurros disfrazados de texto, confidencias que parecían deslizarse como dedos invisibles sobre la piel. Ella sabía cómo escoger cada término, cómo dejar silencios entre párrafos, como si en esos huecos él pudiera imaginar su respiración cercana. Las horas de espera entre un mensaje y otro eran un incendio contenido. Ella describía lo que sentía al leerlo: la ansiedad dulce de imaginarlo frente a ella, el cosquilleo en la nuca al pensar en su voz. Él, por su parte, confesaba cómo sus pensamientos se encendían con cada línea, cómo lo cotidiano se interrumpía con la urgencia de revisarle en el buzón digital, como si allí lo aguardara un roce invisible. Un día, él se atrevió más: "Si cierro los ojos, puedo sentir tu presencia. ¿Me dejarías dibujar con palabras el lugar donde quiero encontrarte?" Ella respondió sin dudar: "Dibújalo. Yo cerraré los ojos y lo habitaré." Y así, entre metáforas y descripciones, construyeron un espacio donde los cuerpos aún no se habían tocado, pero ya se reconocían. La piel era todavía un misterio, pero las emociones, la tensión y el deseo, estaban tan vivos como si las manos ya hubieran recorrido cada rincón. Era un juego que los mantenía despiertos, un cruce de frases que se volvía cada vez más audaz, más íntimo, más cercano a ese borde donde la imaginación se confunde con la realidad. El intercambio de correos había dejado de ser un pasatiempo para convertirse en un pulso secreto con el deseo. Las promesas se multiplicaban: paseos nocturnos descritos con detalle, cafés compartidos en rincones inventados, habitaciones llenas de silencios que parecían rozar la piel. Ambos sabían que estaban construyendo algo más que fantasías: cada palabra escrita era una promesa velada, un “te espero” disfrazado de metáfora. Una tarde, ella escribió con un temblor apenas confesado: "He dejado de preguntarme qué pasaría si nos viéramos… ahora solo pienso en cuándo. Quiero comprobar si tus manos son tan hábiles como tu manera de escribir." Él respondió, dejándose llevar: "Lo difícil no es querer encontrarte… lo difícil es imaginar que después de tanto fuego, el mundo real no pueda contenernos. Porque te juro que hay noches en las que leo tus frases y me arde la piel como si me estuvieras tocando." Ella contestó sin freno, chispeante y directa: "Prométeme que cuando nos veamos no habrá palabras de cortesía, solo besos que quemen y miradas que desnuden. No quiero saludos, quiero mordiscos de bienvenida." Él rió al leer, y replicó con la misma osadía: "Entonces ven con la boca preparada para robarme el aliento. Porque el primer roce no será un beso, será un incendio." Ese mensaje quedó flotando entre los dos, como una caricia suspendida en el aire. Las horas pasaron, los días también, hasta que finalmente uno de ellos rompió el silencio con una dirección y una hora. No hubo confirmación inmediata. Ninguno dijo “sí, allí estaré”. Pero en cada latido, en cada mirada al buzón, ambos sabían que la cita ya estaba escrita en algún lugar entre la promesa y el azar. Y así, con la respiración contenida y la imaginación encendida, la historia quedó en el borde perfecto: la expectación de si el próximo paso sería un correo más… o el primer encuentro donde t odas esas frases, al fin, se volvieran piel.
Llevábamos demasiadas horas chateando, tantas como para saber que teníamos muchas ganas de quedar. Fueron charlas tontas, a veces profundas, pero todas nos lograban conectar de una u otra manera. Tardamos aún en fijar una fecha y un lugar donde no nos sintiéramos ni incómodos ni demasiado expuestos. ¿Quién no queda a tomar café? Todas lo hacemos. El café con los compañeros y compañeras de trabajo, con las amigas cuando no da tiempo a nada más, con conocidos cuando tropiezas en el mismo lugar y toca esperar. Así que visto desde fuera no hay nada malo en tomar café, sirve para socializar y conectar. Nadie se atrevió a ser la última persona en llegar, así que desde diferentes puntos de la calle veíamos cómo nos íbamos acercando al punto de encuentro y a lo inevitable. Diré en mi defensa que desde entonces los cafés me saben mejor pero no voy a adelantarme. Nos saludamos con la torpeza de dos personas que acaban de conocerse, pero con la sabiduría interior de conocer secretos y pecados de la otra persona. Caminamos hasta la mesa y pedimos. Justo ahí comenzó un duelo de miradas, pestañeos y sonrisas de medio lado. Trajeron los cafés a la mesa y la cara de sorpresa del otro se podía intuir, habíamos pedido lo mismo. Me levanté, puse una excusa torpe para ir al baño…. Y un minuto después ahí estábamos, frente a frente con mi espalda pegada a los fríos azulejos. Respiraba con ansia, con la respiración entrecortada por el deseo que estábamos a punto de consumir. Agarró mi cuello y mandíbula con sus grandes y fuertes manos, fue ahí cuando me dejé hacer. Sus labios absorbieron a los míos en un potente beso. A partir de ese momento nuestras lenguas fueron una sola. Una de sus manos empezó a recorrerme desde el cuello hasta mi cintura, no sin antes hacer una larga pausa por mis pezones erectos y pellizcarlos por encima de la ropa. Para cuando fui consciente de mi propia respiración, ya tenía sus dos manos cubriendo mi cuerpo por debajo de la ropa. Comencé a besar su cuello, su mandíbula e intente hacer exactamente lo mismo que me hacía a mí pero no me dejó sujeto con fuerza mis brazos contra la pared, asumiendo así todo el control de la situación. Agarró mis muñecas con una sola mano, de esta manera pudo deslizar su mano bajo mi cintura, hasta tocar la humedad y calor que emanaba de mi interior. No sabría decir el tiempo que permanecimos así, mis piernas no me obedecían, sólo era capaz de mantenerme porque me sostienes con tus dedos en mi interior. Mis jadeos hacían eco en mis oídos y retumbaban contra los azulejos del baño. Necesité muy poca fricción sobre mi palpitante clítoris para dejar escapar de mi boca el primer orgasmo, no me dejaste hacer otra cosa, sostenerte la mirada y asumir que lo que ocurría lo provocabas tú. Nos miramos y no paramos de sonreír, pequeños besos que llevaron a otros más intensos, la boca no era suficiente, queríamos más. Teníamos la respiración agitada, la piel llamaba a la piel. Salimos con prisas del bar, nos dirigimos a un hotel cercano, estaba a la vuelta de la esquina, pero esos 5 minutos, parecieron eternos. Debíamos seguir guardando calma, cuando no podíamos controlar nuestra propia excitación.

Para nuevos mensajes privados
Cuando los modelos están en directo
Regístrate para aprovechar el token VIP.
Estos tokens VIP te permiten ver los contenidos VIP (vídeos o fotos) del modelo que elijas. Accede a la página de perfil de un modelo para ver su contenido multimedia o descubrir nuevos contenidos VIP en las secciones "fotos" o "vídeos".
Al registrarte, en cuanto valides tu dirección de correo electrónico, te ofreceremos un vídeo VIP.
También puede conseguir vídeos VIP gratuitos si eliges la forma de pago "BEST VALUE".