Hola, soy agatha ¡¡ Una mujer apasionada, sensual y atrevida, lista para hacerte perder la cabeza.
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La noche caía sobre la ciudad, y Agatha se encontraba sola en su apartamento, envuelta en la tenue luz de unas velas aromáticas. La jornada de trabajo había sido larga y estresante, pero ahora, en la intimidad de su hogar, todo el peso del día desaparecía. Se sirvió una copa de vino tinto y se dejó caer en el sillón de terciopelo rojo, permitiendo que la suavidad de la tela acariciara su piel. Agatha tenía una relación muy especial con su propio cuerpo. Sabía cómo disfrutar de los pequeños placeres, cómo tocarse, cómo llevarse al éxtasis con un simple roce, con la anticipación de lo que podría venir. Pero aquella noche no estaba sola en su mente. Había alguien que había encendido una chispa en su interior, alguien con quien había compartido miradas cargadas de intención en los últimos días. Se trataba de Javier, el misterioso hombre que había conocido en una galería de arte la semana pasada. Alto, de mirada intensa y voz profunda, había sabido exactamente cómo provocarla sin decir demasiado. Le había dejado su número en una tarjeta, y Agatha, juguetona como era, había esperado hasta esa noche para enviarle un mensaje. "Esta noche, en mi apartamento. Trae vino. Y curiosidad." No había tardado en responder. "Llego en 30 minutos. Espero que estés lista." El corazón de Agatha latió con fuerza.
Se levantó con una sonrisa traviesa y fue al dormitorio, donde el gran espejo reflejaba su figura esbelta y sensual. Se despojó de la ropa lentamente, disfrutando del deslizamiento de la tela sobre su piel. Eligió un conjunto de lencería negro, de encaje fino, que realzaba sus curvas de manera provocadora. Sobre ello, una bata de seda que apenas cubría lo necesario. El sonido del timbre la sacó de su ensoñación. Se miró una última vez y caminó descalza hasta la puerta. Al abrir, Javier estaba ahí, con una botella de vino en una mano y una mirada hambrienta en los ojos. Su sola presencia la electrizó. —Pasa —dijo ella con una media sonrisa. Él lo hizo sin titubear. Cerró la puerta tras de sí y la observó detenidamente, como si memorizara cada detalle. Agatha sintió su piel erizarse bajo aquella mirada. —Estás hermosa —murmuró Javier, acercándose hasta quedar a solo centímetros de ella. Agatha no respondió con palabras. Tomó la botella de sus manos y la dejó en la mesa, sin apartar la mirada de la suya. La tensión era palpable. Él extendió una mano y acarició su mejilla, deslizando los dedos hasta su cuello. Ella suspiró y cerró los ojos por un instante, disfrutando de la sensación. La distancia entre ambos desapareció en segundos. Sus labios se encontraron con hambre, con urgencia. Las manos de Javier recorrieron su espalda, deslizándose bajo la seda de la bata, mientras Agatha presionaba su cuerpo contra el suyo, deleitándose con el contraste entre la tela de su traje y su piel ardiente. Los besos se volvieron más intensos, las caricias más atrevidas. La bata cayó al suelo y las manos de Javier exploraron la piel expuesta de Agatha con avidez. Ella gimió suavemente contra sus labios, disfrutando de cada roce, de cada gesto de deseo contenido que finalmente se desataba. Se dejaron llevar, avanzando hacia el sofá. Javier la recostó con delicadeza, inclinándose sobre ella, besando cada centímetro de su piel, provocándola con sus labios y su lengua. Agatha se arqueó bajo su toque, perdida en la oleada de sensaciones que la invadían.
El juego de los sentidos apenas comenzaba, y aquella noche prometía ser inolvidable.a noche caía sobre la ciudad, y Agatha se encontraba sola en su apartamento, envuelta en la tenue luz de unas velas aromáticas. La jornada de trabajo había sido larga y estresante, pero ahora, en la intimidad de su hogar, todo el peso del día desaparecía. Se sirvió una copa de vino tinto y se dejó caer en el sillón de terciopelo rojo, permitiendo que la suavidad de la tela acariciara su piel. Agatha tenía una relación muy especial con su propio cuerpo. Sabía cómo disfrutar de los pequeños placeres, cómo tocarse, cómo llevarse al éxtasis con un simple roce, con la anticipación de lo que podría venir. Pero aquella noche no estaba sola en su mente. Había alguien que había encendido una chispa en su interior, alguien con quien había compartido miradas cargadas de intención en los últimos días. Se trataba de Javier, el misterioso hombre que había conocido en una galería de arte la semana pasada. Alto, de mirada intensa y voz profunda, había sabido exactamente cómo provocarla sin decir demasiado. Le había dejado su número en una tarjeta, y Agatha, juguetona como era, había esperado hasta esa noche para enviarle un mensaje. "Esta noche, en mi apartamento. Trae vino. Y curiosidad." No había tardado en responder. "Llego en 30 minutos. Espero que estés lista." El corazón de Agatha latió con fuerza. Se levantó con una sonrisa traviesa y fue al dormitorio, donde el gran espejo reflejaba su figura esbelta y sensual. Se despojó de la ropa lentamente, disfrutando del deslizamiento de la tela sobre su piel. Eligió un conjunto de lencería negro, de encaje fino, que realzaba sus curvas de manera provocadora. Sobre ello, una bata de seda que apenas cubría lo necesario. El sonido del timbre la sacó de su ensoñación. Se miró una última vez y caminó descalza hasta la puerta. Al abrir, Javier estaba ahí, con una botella de vino en una mano y una mirada hambrienta en los ojos. Su sola presencia la electrizó. —Pasa —dijo ella con una media sonrisa. Él lo hizo sin titubear. Cerró la puerta tras de sí y la observó detenidamente, como si memorizara cada detalle. Agatha sintió su piel erizarse bajo aquella mirada. —Estás hermosa —murmuró Javier, acercándose hasta quedar a solo centímetros de ella. Agatha no respondió con palabras. Tomó la botella de sus manos y la dejó en la mesa, sin apartar la mirada de la suya.
La tensión era palpable. Él extendió una mano y acarició su mejilla, deslizando los dedos hasta su cuello. Ella suspiró y cerró los ojos por un instante, disfrutando de la sensación. La distancia entre ambos desapareció en segundos. Sus labios se encontraron con hambre, con urgencia. Las manos de Javier recorrieron su espalda, deslizándose bajo la seda de la bata, mientras Agatha presionaba su cuerpo contra el suyo, deleitándose con el contraste entre la tela de su traje y su piel ardiente. Los besos se volvieron más intensos, las caricias más atrevidas. La bata cayó al suelo y las manos de Javier exploraron la piel expuesta de Agatha con avidez. Ella gimió suavemente contra sus labios, disfrutando de cada roce, de cada gesto de deseo contenido que finalmente se desataba. Se dejaron llevar, avanzando hacia el sofá. Javier la recostó con delicadeza, inclinándose sobre ella, besando cada centímetro de su piel, provocándola con sus labios y su lengua. Agatha se arqueó bajo su toque, perdida en la oleada de sensaciones que la invadían. El juego de los sentidos apenas comenzaba, y aquella noche prometía ser inolvidable.
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